Vladimir Alcántara
Tras una fuerte presión internacional, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decidió echar abajo la medida que su gobierno había dispuesto en el sentido de remitir a centros de detención a niños y jóvenes que intentaban ingresar ilegalmente a su territorio, separándolos de sus padres; sin embargo, muy lejos están de resolverse los abusos que ejercen las autoridades norteamericanas contra los migrantes, pues el mandatario continúa empeñado en su política de mano dura en perjuicio de este sector. Sobre el tema, habla para Desde la fe la hermana María Arlina Barral, Responsable de la Comisión de la Pastoral de Migrantes y Movilidad Human de la Arquidiócesis de México.
Señala que el sello de la política migratoria del mandatario norteamericano siempre ha sido de severidad, pero esta vez llegó a un nivel de crueldad máximo al separar a los niños de sus familias, provocando en ellos temor y daños psicológicos. “¡A qué nivel de deshumanización ha llegado este hombre! Si antes la población migrante estaba integrada mayoritariamente por hombres, era porque éstos buscaban un nivel de vida mejor para sus seres queridos enviándoles dinero desde allá. Pero si ahora familias enteras pretenden ingresar a territorio estadounidense, ya no es por ese motivo, sino principalmente por salvar la vida, ya que en sus lugares de origen se vive un tipo de violencia inaguantable, originada por el crimen organizado”.
Considera que el llamado “sueño americano” ya ni siquiera es un sueño, pues los migrantes bien saben ahora que al ingresar a territorio norteamericano tendrán condiciones de vida complicadas; lo único que visualizan es un futuro menos peor que el que les espera en sus lugares de origen, donde el crimen se ha apoderado de sus territorios, de sus lugares de trabajo, de sus casas; un futuro en el que por lo menos puedan trabajar y no ser despojados de sus ganancias. Es por eso que emigrar ya no sólo es asunto del hombre, sino que se van las familias enteras: mamá, papá e hijos”.
La religiosa señala que la cancelación de la política de “Cero Tolerancia” que aislaba a los niños migrantes en centros de detención, se debió básicamente a dos razones: por un lado, a la enorme presión internacional; y por el otro, a que su imagen como político se estaba viniendo abajo precipitadamente; “comenzó a perder popularidad incluso entre los mismos seguidores del Partido Republicano, al que él pertenece, lo cual resultaba un riesgo para sus aspiraciones políticas de ser reelecto como Presidente”.
Sin embargo –asegura–, no es el único gobierno que trata de manera inhumana a las personas migrantes. “Las autoridades mexicanas también lo hacen con la gente de Centroamérica. La postura de Estados Unidos no es muy diferente a la de México, ni en cuanto al tipo de prácticas ni en cuanto a normatividad. Es necesario que México tenga su propia política migratoria, independiente de las normas estadounidenses; una política pro-persona, que vele por la dignidad de quien transita por el territorio nacional. Lo cual de todos modos no elimina de raíz el fenómeno migratorio”.
Lo que se requiere –señala–, y que desde luego no es tarea fácil, es que los gobiernos mejoren la calidad de vida de las personas. “No es que la gente esté gustosa de abandonar su patrimonio, su tierra, a la que quizás nunca volverá, y comenzar sin ningún tipo de pertenencias en un lugar que ni siquiera conoce. Mientras la corrupción –que es el origen de muchas problemáticas– continúe generando ganancias para unos pocos, y hambre e inseguridad para otros, la cuestión migratoria no se va a resolver, y el sur seguirá avanzando hacia el norte. El migrar es un derecho, pero también queremos que el no migrar sea una opción”.
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