Carlos Villa Roiz
Durante el primer domingo de Adviento, el Padre Julián López Amozurrutia, Canónigo Teólogo de la Catedral de México, en representación del Cardenal Norberto Rivera Carrera, dijo que Jesús, en el Evangelio, nos recomienda estar alerta y mantener los ojos abiertos; “La sobriedad de la vigilia es penitencial.”
“El olvido de Dios nos ha vuelto huérfanos por elección. Pretendemos erigir ciudades que ignoren al diseñador de la naturaleza, y enriquecernos y hacernos famosos explotándola y negociando con ella. Nos escandalizamos ante la injusticia y los abusos, pero fácilmente los solapamos con silencios y corrupciones cómplices. Sólo cuando las olas de la inercia llegan hasta nuestras playas más personales, nos damos cuenta de cuánta basura y podredumbre se ha acumulado en el mar. Y, ciertamente, resulta difícil salir del fango”, dijo.
¿Qué nos dice el Adviento?, preguntó: “¡Es posible comenzar de nuevo! Aunque todas las acciones repercutan y dejen su huella en el tejido del cosmos, la fuerza del amor divino es siempre más grande que nuestros errores y faltas, y Él está de nuestro lado. El corazón humano no se rinde en la búsqueda de plenitud, y en este camino Dios mismo es nuestro aliado, el primer involucrado en levantar nuestra libertad.”
Finalmente, el Padre Julián López señaló que “continuamente hemos de agradecer a Dios los dones divinos que no ha dejado de concedernos, y el confirmarnos en la palabra y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, para poder ser sus testigos. La esperanza del Adviento es que renovemos nuestra apertura a Dios, invocándolo con confianza e impregnando de su noble presencia todos los rincones de la casa. Que fortalezcamos la solicitud por nuestros hermanos, especialmente los más pobres, y tendamos con ellos puentes de futuro y dignidad. Que intensifiquemos la caridad y el cariño, haciendo extensivo el amor de Dios entre quienes se sienten solos y desamparados. Que no nos durmamos en la sospecha de que nada puede cambiar, e iniciemos una transformación de estructuras e instituciones instituciones, pero partiendo siempre de la conversión personal desde un corazón de carne. Que no bajemos la altura de nuestras aspiraciones de la estatura del mismo Jesús, cuyo advenimiento celebramos e imploramos. Él es el verdadero maestro de humanidad. Él es la fidelidad de Dios en donde se resuelven los aparentes fracasos. Él es la fuerza viva que nos puede encaminar a una existencia plena, y también el criterio en el que se disciernen los reales éxitos o fracasos de la humanidad.”
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