Vladimir Alcántara
“¿Qué necesitaría yo, padre, para correr un maratón?” y el padre Luis Fernando -que es de pensamiento veloz-, responde: “Una cosa muy sencilla: perderle el miedo a levantarse temprano… Todo lo demás se va dando”. Él es uno de los corredores o runners que este domingo participará en la edición 36 del Maratón de la Ciudad de México donde buscará por quinta ocasión cubrir una ruta de 42 kilómetros.
Y es que el padre Luis Fernando sabe de madrugar: desde hace diez años se ha sometido a una rutina que inicia levantándose a las 4:00 o 4:30 horas, pues su ministerio sacerdotal le demanda estar listo desde temprano.
“La rutina habitual es muy sencilla –explica–: ejercicios típicos de stretching al principio, y después de correr, los de enfriamiento. Lo complicado es cuando ya me veo en una carrera oficial: necesito enfocarme mucho en la manera en que voy corriendo; administrar fuerzas; estar atento al tipo de pisada que voy llevando, según vaya en subida o en bajada. El dolor o el cansancio es lo de menos; esto asumo que sólo hay que resistirlo y seguir adelante con la ayuda de Dios, y correr se convierte así en una fuente de virtudes”, explicó previo a la competencia de este domingo, en que participan 42 mil corredores, según la estimación de los organizadores.
En el modo de hablar, el padre Luis Fernando, que es capellán en la Universidad Panamericana, mantiene un tono ameno, alegre y jovial. Similar al del padre Ricardo Valenzuela, Sacristán Mayor de la Catedral de México, que corre desde hace 36 años, y fue responsable de coordinar la liturgia en las celebraciones de las visitas a México de los Papas San Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco.
Para él correr significa “en primer lugar, salud para el cuerpo que el Señor nos ha dado. Nuestro cuerpo es el vehículo que nos lleva a Dios, también templo de la Santísima Trinidad, así que cuidarlo es un modo de glorificarlo a Él”, explica.
“Comencé a correr a los 17 años –refiere el padre Valenzuela–. Y me sentí animado a hacerlo de forma sistemática debido a un soplo en el corazón. Estando en Roma se me agudizó. El cardiólogo me dijo: “Hay dos posibilidades: una, hacer ejercicio de por vida; la otra, tomar pastillas de por vida. Y aquí sigo sin tomar pastillas. Es decir, una aparente desgracia puede resultar en una gran bendición si se entiende bien y se pone en manos de Dios”.
A diferencia del padre Luis Fernando, el padre Valenzuela no ha corrido un maratón. Afirma que le habría gustado, pero no ha podido debido a que estos eventos deportivos se realizan los domingos, días que oficia Misa.
Cuando el padre Valenzuela corre, acostumbra pensar en cosas que hay que resolver: “Platico al respecto con Dios, pongo las dificultades en sus manos; hago oración, y de pronto empiezan a surgir ideas y proyectos. También a veces escucho música medieval. Así es como disfruto correr”.
En contraste, el padre Luis Fernando evita la música en el entrenamiento porque le parece que al correr lleva su propio ritmo y la música puede imponerle uno diferente. “Pero la evito principalmente por un hermoso beneficio que me ha dejado este deporte: la amistad. Para mí, el entrenamiento más ameno es cuando voy platicando con alguien. Correr me ha servido como fuente de apostolado, pues ha sido un medio por el que he acercado a muchas personas a Dios”, finalizó.
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