Marilú Esponda Sada
Marilú Esponda: Cuando se hacen patentes algunos escándalos dentro de la Iglesia, hay personas que invariablemente se alejan, y quizá podríamos decir que sobreabundan malas experiencias en este sentido. ¿Qué hacer ante esta realidad?
Card. Carlos Aguiar: Esa fue una de las crisis que yo tuve en el Seminario, que veía tan distante la vida real de la Iglesia, de lo que quiere ser como institución, y me planteaba esto: ¿por qué tengo que cargar yo con ese lastre? Yo no soy un pederasta, yo no soy una persona que esté jugando al libertinaje sexual, pero sí sé que hay quienes lo hacen, y como consecuencia me señalan a mí como corresponsable y culpable de eso.
No estaba dispuesto en mi juventud a aceptar eso. Pero mi director espiritual, un hombre muy sabio, que por cierto murió muy joven –por azares, tuve tres directores espirituales jesuitas, uno cada año; para mí fue una gran experiencia ir constatando la manera en que iban acompañándome y enriqueciéndome desde distintos puntos de vista–, me dijo: “De manera que tú quieres las cosas perfectas, y sólo si está todo bien vas a entrar… o sea, estás condicionando a Dios, en el sentido de que tú no estás dispuesto como Él a asumir la Cruz”.
Y eso es lo que pasa: es muy bonito entrar en un contexto de vidas en el que todo funciona bien, porque ese es el ideal, y a eso aspiramos, a eso estamos llamados; sin embargo, la vida es el peregrinar, para entenderla con precisión; aquí todavía no es el cielo.
Fue entonces que entendí que tener la Cruz es asumir eso: la debilidad, la fragilidad, el pecado; y yo creo que eso me ha dado mucha paz, porque el que la cargó ya está allá arriba, nuestra carga es más ligera: “Mi yugo es suave y mi carga ligera…”, dice Jesús.
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