En el texto que acompaña al video afirma que en “Amoris Laetitia”, el Papa reflexiona sobre la importancia de dedicar tiempo al otro para hacer posible que crezca el amor. Dice que “el amor necesita un tiempo constante, donde todo lo demás queda en segundo lugar. El tiempo es necesario para hablar las cosas, compartir planes y escucharse el uno al otro”.
Sin embargo, en la era digital, ese tiempo familiar que se merece nuestra pareja está amenazado por la relación especial que hemos construido con móviles y dispositivos digitales. A todos nos encantan las ventajas que nos brindan las nuevas tecnologías, se lee más adelante, basta un instante para acceder a información de todo el mundo. Estamos mucho más conectados que nunca. Ponemos mantener el contacto con familiares y amigos, incluso cuando están muy lejos.
Pero estos dispositivos también tienen un coste oculto que puede irrumpir en la vida familiar. Estos pequeños aparatos que capturan nuestra atención cada minuto del día, pueden parecer inofensivos. Por último, se lee en el texto, que es irónico. Estamos digitalmente conectados con todo el mundo, pero jamás hemos estado tan desconectados unos de otros. Y a medida que el mundo se acelera, el ritmo frenético de nuestra cada vez más conectada sociedad puede causarnos enormes problemas.
Las parejas llegan agotadas del trabajo, sin ganas de hablar. Y se refugian en distracciones digitales. Cuando una pareja no sabe pasar tiempo juntos, es fácil que escape de lo que se ha convertido en una incómoda cercanía y busque refugio en un mundo virtual poco exigente, en vez de afrontar los desafíos reales de la vida familiar. Como dice el Papa, la vida en familia impide fingir o mentir. En casa no podemos escondernos tras una máscara, porque se ve nuestro verdadero yo.
La espiritualidad del amor familiar se construye a partir de pequeños gestos cotidianos de cariño y atención hacia el otro. Desde ofrecerle completa dedicación, compartiendo las aventuras de cada día, hasta escucharle atentamente cuando han tenido un día difícil. Son pequeños actos de ternura que tejen la estructura de una familia unida y alegre, en la que Dios tiene también un lugar. Por eso, si conseguimos apagar nuestros dispositivos y dar al otro todo nuestro tiempo, encontraremos un espacio en el que crezca la verdadera alegría del amor.
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