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¡Ya son santos! Los tres niños mártires de Tlaxcala

 

Pbro. Sergio G. Román

 

Tlaxcala está de fiesta

Este 15 de octubre, en el Vaticano, el Papa Francisco ha puesto en la lista de los santos a los tres niños mártires de Tlaxcala, Cristobalito, Antonio y Juan. Aunque el martirio de estos tres nuevos cristianos sucedió en el S. XVI, la comunidad católica guardó siempre la memoria de ellos, y sus contemporáneos dejaron por escrito testimonio de su martirio, de tal modo que la memoria de estos niños está vigente en su Estado y en la República.

Tlaxcala está de fiesta, México también, y la Iglesia toda se enriquece con el testimonio de estos primeros mártires de la evangelización en México.

 

Los Tlaxcaltecas en la historia

En nuestro afán nacionalista y antiespañol hemos aceptado páginas de nuestra historia falseadas o, por lo menos, mal interpretadas; y así, consideramos que los tlaxcaltecas fueron traidores a México porque colaboraron con los españoles en la conquista de la gran Tenochtitlán, capital del imperio Azteca, con la que nos identificamos.

México, en ese tiempo, era un país poblado por diferentes pueblos sin conciencia de unidad y, mucho menos, de nacionalidad. El imperio Azteca, con presencia en todo ese territorio, se distinguía por ejercer un dominio de terror y de violencia. Ciertamente no era querido por los pueblos avasallados por la fuerza y despojados metódicamente no sólo de sus bienes materiales, sino de sus ciudadanos, hombres y mujeres, requeridos por los aztecas para alimentar a sus dioses y, de paso, a ellos mismos.

Tlaxcala estaba en guerra con los aztecas. Cuando los españoles solicitan su ayuda para vencerlos, los tlaxcaltecas aceptan, pues ven la oportunidad de librarse de un enemigo que les hace mucho daño. No son traidores, son libertadores.

Los tlaxcaltecas y otros pueblos indígenas aliados a Cortés, son los verdaderos conquistadores de la gran Tenochtitlán, a la que difícilmente podrían haber vencido los españoles solos, pues eran apenas un puñado.

Los españoles no vieron a sus aliados tlaxcaltecas como vencidos, los declararon hidalgos con el derecho a anteponer la palabra “don” a sus nombres de pila, les permitieron andar armados y montar a caballo y los liberaron de tributos.

Los tlaxcaltecas fueron conquistadores en la conquista por la espada.

 

Los Tlaxcaltecas en la conquista espiritual  

El ser aliados de los conquistadores les trajo ventajas inmediatas porque fueron los primeros beneficiarios de los adelantos traídos de Europa, tanto en nuevas formas de agricultura como en la organización de sus pueblos en torno a la Iglesia y al mercado. Aprendieron a vivir de una forma nueva en aquel país.

En adelante los españoles pedirían la colaboración de los tlaxcaltecas, no para conquistar nuevas tierras, sino para fundar nuevos pueblos en los que los tlaxcaltecas servían como modelo de organización para los indígenas recién sometidos, que así aprendían a arar, a cultivar, a tener animales útiles y, sobre todo, a ser cristianos. Los tlaxcaltecas evangelizaban con su presencia.

Muchos pueblos de México, de Centroamérica y de lo que hoy son los Estados Unidos fueron fundados por los tlaxcaltecas acompañantes de los misioneros que conquistaban con la cruz, más que con la espada.

 

También los niños

Por órdenes de la corona española no se podía obligar a los indios a ser cristianos. Tenía que ser un acto plenamente libre y debidamente preparado con una catequesis muy sencilla debido al desconocimiento de los mutuos idiomas, barrera que los misioneros vencieron casi de inmediato, con acciones como la publicación de vocabularios y gramáticas de las lenguas de los pueblos con los que hacían contacto.

Ante la dificultad de convertir a los adultos, los misioneros franciscanos recurrieron a las escuelas para niños, prestando especial atención a los hijos de los principales, para preparar así a los ciudadanos cristianos del futuro.

A estas escuelas asistieron nuestros tres niños mártires. Se hicieron cristianos y se convirtieron en evangelizadores.

 

San Cristobalito

Cristóbal era un indio noble, hijo de un cacique y heredero de su señorío, fue enviado junto con sus medios hermanos a la escuela de los franciscanos allá por el año de 1524; para 1527, ya bautizado, era un cristiano convencido y horrorizado del paganismo de su primera infancia que aún practicaban sus padres.

Trató de convertir a su padre para que se alejara de los ídolos y de la embriaguez, pero no obtuvo resultado con las palabras. Entonces, movido por su celo, destruyó los ídolos y derramó el pulque con el que se embriagaba su padre. Fue golpeado hasta morir y arrojado a una hoguera. Tenía doce o trece años.

 

Santos Antonio y Juan

Antonio era hijo y heredero de un cacique. Fue enviado con un criado suyo, Juan, a la escuela franciscana, donde ambos fueron bautizados.

En 1529 pasó por Tlaxcala, rumbo a Oaxaca, un fraile dominico llamado Bernardino Minaya quien, de acuerdo con la costumbre, pidió a los franciscanos que le asignaran a algunos nuevos cristianos que le ayudaran como intérpretes y como testimonio en la misión que tenía asignada.

Antonio y Juan se ofrecieron como voluntarios junto con otro compañero llamado Diego que los sobrevivió.

En Tecali y Cuautlinchán, Puebla, Antonio y Juan fueron asesinados por paganos indignados porque se les quitaban sus ídolos.

 

Es tiempo de los jóvenes

Nuestro tiempo está cayendo en la indiferencia ante la religión y, de forma muy marcada, ante la Iglesia.

Y no es que nos estemos haciendo paganos, porque guardamos en el corazón el amor a Dios y el amor a la Madre de Dios, pero poco a poco la ignorancia, la falta de evangelización, va causando daño a este México hasta ahora siempre fiel.

Hoy necesitamos niños y jóvenes convencidos de su cristianismo y entusiastas de su Iglesia. Es tiempo de que ellos nos evangelicen más con su presencia que con su palabra.

De la mano con sus padres, con sus maestros cristianos y con sus catequistas, los niños y los jóvenes deben ser nuestros maestros de esa materia que es la más importante de nuestra vida: cómo ganar el Reino de los Cielos.

Prestemos mayor atención a la educación cristiana de los niños en las escuelas católicas, en el catecismo y, sobre todo, en el hogar. Ellos son capaces de amar a Cristo hasta el testimonio valiente de una vida ofrecida por Él.

Maestros en medio de nosotros, los niños y los jóvenes están allí como modelos de lo que Jesús espera de cada uno de nosotros; ellos nos contagian con su juventud y hacen que nuestras almas vuelvan a ser como las de los niños y, por lo tanto, capaces del Reino de los Cielos.

La valentía de nuestros pequeños mártires de Tlaxcala debe contagiarnos y animarnos a vivir un cristianismo más presente en nuestro mundo de hoy.

 

 

 

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