DLF Redacción
La noche del miércoles 20 de septiembre, tras el sismo de 7.1 grados que sacudió diversos estados de la República Mexicana, causando numerosas muertes y daños materiales, tres personas fueron rescatadas de entre los escombros del edificio que se ubicaba en Álvaro Obregón, Núm. 286, en la colonia Roma de la Ciudad de México; Paulina Gómez, Lucía Zamora e Isaac Ayala han narrado su experiencia debajo de lo que ellos sentían como una tumba de concreto. Paulina fue rescatada después de las 21:00 horas, Lucía veinte minutos después, y enseguida Isaac.
Paulina narra que, como cualquier día, el 19 de septiembre se presentó en su trabajo en el cuarto piso de ese edificio, donde trabajaba como psicóloga en el área laboral; participó con sus compañeros en el simulacro de terremoto que se llevó a cabo horas antes, acto en el que bajó por las escaleras de emergencia. Dos horas después comenzó realmente a temblar; ella quiso evitar las escaleras porque las había sentido inseguras, pero un compañero que trataba de tranquilizarla la convenció de ir hacia allá. De pronto, Paulina vio que el techo se le iba a caer encima, al mismo tiempo sintió que se abría el piso, y después se vio en “la oscuridad total”.
Señala que abajo, entre los escombros, se oían gritos, llantos y desesperación; conforme pasaban las horas pensaba más en sus seres cercanos, en la gente de allá afuera que quería volver a ver. Explica que si la losa no cayó sobre su cabeza fue debido a que ahí había un fierro y una maceta que lo impidieron. Refiere que en la maceta había unas hojitas que masticaba para poder hacer un poco de saliva; y así, durante 36 horas tuvo que esperar la ayuda, sintiéndose animada por la voz de Lucía, quien trabajaba en el tercer piso, uno abajo, y había quedado cubierta por escombros junto a Isaac Ayala; a éstos, lo que les salvó la vida fue una silla que detuvo el techo.
“Creo en Dios…
Lucía, por su parte, ha señalado que trabajaba en el tercer piso como mercadóloga; cuando comenzó el movimiento telúrico, se precipitó con otros compañeros rumbo a la salida de emergencia, cuando de pronto vio que el techo comenzaba a desplomarse; se llevó las manos a la cabeza, y en cuestión de segundos se vio enterrada. Lucía intentaba respirar, pero sus pulmones sólo se llenaban de polvo, y sus manos sólo tocaban escombros y vidrios. “La oscuridad era aterradora, no sé cómo describirla, no se veía absolutamente nada. Lo que creo profundamente es que, si hubiera dado medio paso adelante o hacia atrás, me hubiera muerto”, ha relatado.
Como a Paulina, los rescatistas pudieron sacarla de entre los escombros después de 30 horas de trabajo, a través de un hoyo de más de cinco metros de profundidad; al momento de su rescate sonreía como si no hubiera estado tantas horas ahí abajo. Toneladas de cemento se habían desplomado encima de ella, pero ni siquiera un raspón le ocasionaron. Tras su rescate, Lucía se ha preguntado por qué ella sigue aquí, cuando otros compañeros más jóvenes murieron. “Creo en Dios, y también me agarré de esa fe en Él. Le dije: ‘Yo sé que tú quieres algo más para mí’”.
Agradecido con Dios
Isaac Ayala, quien, como Lucía, trabajaba en el tercer piso, señala que estar bajo los escombros para él era como estar en una tumba. Isaac, quien trabajaba haciendo labores de limpieza y algunos encargos, refiere que el 19 de septiembre conoció a una señora que justo ese día había entrado a trabajar ahí preparando ensaladas; ella lo invitó a probar una, pero ya no se pudo porque en ese momento comenzó el terremoto.
Cuenta que la señora atravesó la puerta delante de él y de Lucía en dirección a la escalera de emergencia, y en ese momento cayó la losa y la aplastó; la señora aún duro unos cinco minutos viva junto a sus pies, después murió. Al lado de él había quedado Lucía, con quien convivió por más de treinta horas en esa pesada oscuridad, rezando a veces, o gritando cuando la ayuda se escuchaba cercana. Finalmente, los tres fueron rescatados, Paulina con una fractura en el pie, mientras que Lucía e Isaac completamente ilesos. “Yo estoy agradeciéndole a Dios la oportunidad que me dio, es como si yo hubiera nacido otra vez, como recién nacido”, señala Isaac.
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