Carlos Villa Roiz
Los daños materiales causados por los sismos en Chiapas y Oaxaca, a partir del pasado 7 de septiembre, invitan a recapitular sobre la importancia histórica, artística y cultural de los templos que han sido testigos del quehacer cotidiano de muchas generaciones, y han acompañado a incontables familias en su fe, alegrías y sufrimientos, costumbres y en su propia vida social.
Hay una fuerte vinculación histórica y cultural en las diócesis existentes en ambas entidades del país, en donde, por lo demás, la numerosa presencia indígena es un factor común y se hace presente a través de distintas etnias y lenguas de manera notable.
En el caso de Chiapas, la evangelización que inició en el siglo XVI, estuvo principalmente en manos de los frailes dominicos, y su primer obispo fue Juan de Arteaga, quien por haber fallecido en Puebla, no llegó a conocer su sede. Tres años después, Fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indios, fue consagrado como obispo, y fue notable el amor que demostró por su diócesis; al renunciar en 1551, quedó al frente como obispo Fray Tomas Casillas.
En lo que hoy es Chiapas, hubo presencia de varias órdenes religiosas: padres mercedarios, agustinos y franciscanos que fundaron conventos, habilitaron iglesias y planteles educativos. Los jesuitas también se incorporaron y abrieron su colegio en 1675.
Al paso se los siglos, en Chiapas se crearon tres diócesis, al frente de las cuales hay un Arzobispo, en Tuxtla Gutiérrez, y obispos titulares en San Cristóbal de Las Casas y en Tapachula.
Por su parte, en Oaxaca, la arquidiócesis llamada oficialmente de Antequera, fue erigida como diócesis por el Papa Paulo III el 21 de junio de 1535, y como arquidiócesis, por el papa León XIII en 1891.
Años antes, la Villa de Antequera había sido creada por el Emperador Carlos V, por Célula dada en Medina del Campo con fecha 25 de abril de 1532, es decir, pocos meses después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.
Es de comprender la rica historia que encierran las iglesias que se fueron levantando en ambos estados, además de los numerosos tesoros artísticos que fueron acumulando y que abarcaron varios estilos arquitectónicos, y que hoy forman parte de la riqueza patrimonial de México, pues incluso, algunos de ellos han sido catalogados por la UNESCO, como es el caso de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, una joya barroca en la capital del estado de Oaxaca.
Para las comunidades, principalmente las indígenas, los daños físicos que han sufrido algunas de sus iglesias repercuten en toda su vida cultural, religiosa, en sus fiestas, usos y costumbres.
La experiencia ha demostrado que ante los embates de la naturaleza como son los terremotos, y otros eventos destructivos como han sido los incendios, las comunidades han sufrido al ver sus templos dañados o destruidos, pero siempre han tenido fe en la Misericordia de Dios que acompaña en su dolor a todos los pueblos afectados y jamás los ha abandonado.
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