Carlos Villa Roiz
El Papa Francisco dio a conocer su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, en la que ampliamente reflexiona sobre el llamado de Dios a la santidad de toda la humanidad.
Pensado para el mundo actual, el Santo Padre escribió esta tercera Exhortación Apostólica en la que plantea que el llamado a la santidad no es exclusiva para sacerdotes y religiosos, sino que, sin importar la profesión, la edad o el sexo, todos estamos llamados a ella. El documento dice: “¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia.
¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”.
Al hacer una revisión de las vidas de los santos mexicanos al paso de los siglos, tenemos que ciertamente muchos de ellos encontraron el camino a la santidad en distintas profesiones y circunstancias.
El primero de ellos, san Felipe de Jesús, patrono de la juventud mexicana y de los plateros, fue un joven comerciante que recibió el llamado a la santidad en Filipinas, cuando conoció de cerca a los pobres y enfermos, y decidió entonces abandonar su vida mundana cambiándola por el sacerdocio. Algo similar se puede decir del beato Bartolomé Laurel, también martirizado en Japón a causa de su fe, y que se desempeñaba como enfermero.
Un caso notable fue el beato español Juan de Palafox y Mendoza, quien además de que fue obispo de Puebla y de México, también se desempeñó como Virrey de la Nueva España.
El beato Sebastián de Aparicio, patrono de los transportistas de pasajeros, construyó las primeras carretas y caminos de la Nueva España para aligerar la carga y explotación que los españoles hacían de los indios. Los siervos de Dios Bartolomé de las Casas y Fray Vasco de Quiroga, fueron abogados y hombres de leyes, y renunciando a los privilegios de sus oficios, pues prefirieron seguir el camino de Dios en la vida religiosa.
Pero el grupo de laicos que han sido elevados a los altares también es numeroso. El primero de ellos, san Juan Diego, era un hombre sencillo, y él mismo se definió en el Nican Mopohua como un macehual, gente de campo, cargador y agricultor.
Ya en el siglo XX, hubo laicos destacados como Anacleto González Flores, quien fue hombre de leyes; Ramón Vargas González trabajaba en una hidroeléctrica en tiempos de la persecución religiosa, y Luis Padilla Gómez era profesor. Todos ellos son santos.
La primera santa mexicana: María de Jesús Sacramentado Venegas, como también las santas mexicanas María Guadalupe García Zavala y Dorotea Chávez, practicaron la enfermería ya como religiosas.
La santa nayarita María Inés Teresa Arias fue la fundadora de una Congregación religiosa especializada en la enseñanza, como también lo hizo el venerable José de Jesús López y González, Tercer Obispo de Aguascalientes, fundador de las Maestras Católicas.
La venerable Concepción Armida es otro ejemplo notable, pues siendo madre de una numerosa familia, también fue cofundadora de una congregación religiosa que ahora tiene presencia en los cinco continentes: los Misioneros del Espíritu Santo. Algo similar se puede decir de la sierva de Dios, Marina Francisca Cinta, quien con su esposo Eugenio Balmori están en proceso de beatificación; él trabajó como dibujante en Petróleos Mexicanos, y ella fue costurera, e incluso, taquillera en la Cineteca Nacional.
En efecto, la gente común puede encontrar caminos de santidad en todos los ambientes sociales, y en este sentido, la Exhortación Apostólica del Papa Francisco es un documento que aporta sabios consejos dignos de reflexionar.
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