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Homilía en la Misa de Ordenaciones Sacerdotales en la Arquidiócesis de Tlalnepantla

Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”(Lc 22,19).

 

Al celebrar hoy la fiesta solemne de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, el Evangelio de san Lucas nos presenta esta transmisión sobre la Eucaristía, un sacramento que ciertamente no sólo es fundamental para la vida cristiana, sino que también es el eje coordinador del ministerio pastoral de un presbítero.
Dice Jesús: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Si reducimos este mandato de Jesús sólo a la celebración de una Misa, estaremos perdidos y no cumpliremos cabalmente nuestro ministerio sacerdotal.
Las palabras de Jesús no se refieren simplemente a repetir el rito de la Eucaristía para bien de nuestros fieles. Pero para poder entender este mandato, tanto de manera pastoral como eclesial, tenemos que recordar el pasaje de Emaús, cuando el evangelista san Lucas nos describe cómo, al repartir el pan a dos de sus discípulos, estos reconocen a Jesús, y entonces reviven en su corazón la pasión por el Reino y por el mensaje de Cristo, pues ven que ha resucitado, saben que está vivo.
Pero el pasaje no es solamente estos versículos. Inicia con la tristeza del corazón de los discípulos que han tomado la terrible decisión –ante la desesperanza e incomprensión de lo que le ha sucedido a Jesús– de dejar la comunidad cristiana para volver a su antigua actividad, para volver a su pueblo, ‘porque todo está perdido’, según ellos.
Es ahí, en ese camino de regreso, donde Jesús se hace uno con ellos y los acompaña, los escucha e interviene. Les explica la Palabra que estaba precedida en el Antiguo Testamento, la cual aclara por qué habría de morir en la cruz.
Este recorrido nos enseña que, para llegar a la Eucaristía, antes debemos escuchar la Palabra de Dios, a la luz de nuestra propia vida. Este es el camino pastoral que debe ejercitar el conductor de una comunidad cristiana, un pastor: acompañar, entender lo que está sucediendo en la vida de sus fieles, de su comunidad, y aclararlo a la luz de la Palabra.
También es importante ver que, para llegar a la Eucaristía, no basta ir a Misa el domingo: esto es fundamental, es el centro. Pero si no se recorre el camino de Emaús, no es posible reconocer a Cristo presente en la figura de ese Pan y Vino consagrados; si no se recorre ese camino, no entenderemos que en la Eucaristía entramos en Comunión con Él, ni que Él nos fortalece para el camino de reintegración plena en la comunidad de los apóstoles, en la comunidad eclesial. Porque justamente en ese pasaje vemos que los dos discípulos no se quedan ahí en la posada donde reconocieron a Jesús.
Al desaparecer Jesús de su vista, ¿cuál es el camino de los discípulos para volverlo a encontrar? Regresar a la comunidad, y por ello se vuelven a Jerusalén. Esa es una conversión. No es la conversión de los pecados, sino una conversión pastoral a la que alude Aparecida y Evangelii Gaudium del Papa Francisco. La conversión pastoral es descubrir y reconocer que Cristo camina con nosotros, y que por eso tiene sentido la pequeña comunidad donde iluminamos nuestra vida con la Palabra de Dios. ¿Ven la importancia de nuestro proceso misionero? Éste es fundamental para que la Eucaristía se vuelva encuentro y comunión con Jesús.
Los discípulos, al regresar a Jerusalén, comienzan a compartir su experiencia y a decir: “También a nosotros se nos apareció, igual que a ustedes en el camino, también estuvo aquí. También nosotros lo vimos” (Lc. 24,34). Y en ese compartir, de nuevo Jesús se presenta con ellos, y les dice: “La paz esté con ustedes” (Lc. 24,36).
Este es el ritmo de la comunidad cristiana. El ritmo en torno a la Eucaristía. ¿Ven cuánto trabajo hay que hacer? Ese es el trabajo al que ahora ustedes, como presbíteros, están llamados. Tenemos que ayudarle a nuestro pueblo a entender que no basta cumplir con el mandato de asistir a la Misa dominical. Esto no es suficiente porque muchas veces el ir a Misa se vuelve el cumplimiento de una norma y una rutina que cansa y aburre, y por eso muchos se van de la comunidad cristiana. Si nuestra vida de Iglesia no tiene todo este proceso en conjunto, se empobrece.
Hoy más que nunca necesitamos sacerdotes que entiendan este camino de la Iglesia en misión, que entiendan la necesidad de que la Palabra de Dios ilumine todas nuestras situaciones y resurja en el corazón la esperanza –como dice la Primera Lectura (Heb. 10,12-23)–, porque Jesús está con nosotros; nunca podemos sentirnos defraudados, desilusionados, sin esperanza. Ustedes, como sacerdotes, y nosotros como obispos, hacemos presente a Jesucristo, y en la Eucaristía Él se da como alimento a cada uno de los bautizados.
A la luz de esta explicación, podemos entender más ampliamente que este mandato de Cristo: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). No solamente se refiere a celebrar la Misa, sino a que ustedes, como sacerdotes, entreguen generosamente su cuerpo a la causa de la proclamación y edificación del Reino de Dios, tal como lo hizo Jesús. Su cuerpo, como el de Cristo, es para servir al Reino de Dios.
“Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Cada vez que lo repitan al consagrar el Pan eucarístico, recuerden que hay que hacer, como Jesús, el recorrido de Emaús con nuestro pueblo.
Así podemos entender lo que la Primera Lectura nos decía sobre lo que significaba la Nueva Alianza. Dice: “Yo establecerá esta Nueva Alianza. Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente, y voy a grabarla en sus corazones” (Heb. 10,16). Su ley es que Cristo esté en su mente –ayudados por la Palabra de Dios– y en sus corazones, alimentada con la Comunión Eucarística. Que el Señor les ayude a vivir así su ministerio. ¡Que así sea!
+Carlos Cardenal Aguiar Retes
Administrador Apostólico de la
Arquidiócesis de Tlalnepantla
Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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