Vladimir Alcantara
Tarde de sol y fatiga, tío y sobrino descansan frente una escuela para refrescarse de la jornada, mientras alguien cercano murmura: “Deben ser robachicos”. El rumor crece y se vuelve afirmación. Con el fin de que la comunidad se una contra ellos, contratan al del altoparlante, quien convoca a más de un centenar de pobladores; acto seguido los atacan a puños, pies y palos.
Ambos son rescatados por la Policía y trasladados al Palacio Municipal. La turbamulta también se desplaza, los saca del recinto por la fuerza, los ata y los inmola. Este linchamiento ocurrió en Acatlán de Osorio, Puebla, el pasado 29 de agosto y es uno de los casi cuatro centenares registrados durante los últimos 26 años, de acuerdo con el estudio Linchamientos en México del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República.
Al respecto, el padre Enrique Maldonado, Psicólogo Clínico por la Universidad de las Américas, asegura que “para que un grupo de personas perpetre un linchamiento, existe una precondición: un malestar generalizado ante la falta de aplicación de la justicia, no de un día ni de un año ni de un lustro, sino de décadas en que la autoridad no ha cumplido con su deber de autoridad”.
Respecto a la crueldad con que suelen llevarse a cabo este tipo de actos, el P. Maldonado considera que no es tanto que sea algo personal contra alguien, sino contra la delincuencia en general. “Ante tantas injusticias, la gente acumula deseos de sancionarlas; de manera que cuando se presenta la oportunidad de aplicar un escarmiento, lo aplica con el máximo rigor posible”, considera.
“Dado que la cabeza del individuo está convertida en una olla exprés –señala–, no analiza si la persona es responsable o no de lo que se le acusa; el veredicto popular es: ‘¡Culpable!’. No porque sea María, Juan o Pedro, sino porque está en la mira de ese deseo de ‘justicia’ que impera en la gente’. Es la reconcentración de coraje e insatisfacción lo que genera ese tipo de actos encarnizados inaceptables, que no deberían suceder”, agrega.
Por otra parte, el P. Sergio Ramón Sánchez, encargado de la parroquia San Juan Bautista -la más cercana a donde ocurrieron los hechos- lamenta que la localidad de Acatlán de Osorio tenga ahora una gran mancha de sangre. “Aún si alguien fuera responsable de haber cometido algún delito, un verdadero cristiano no puede pensar que la violencia se puede combatir con más violencia. El católico que lleva a Cristo en su corazón y en su mente, debe buscar la paz a toda costa; no puede vivir una doble moral, sino que debe vivir conforme a las enseñanzas de Cristo”, señaló a Desde la fe.
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