Lectura del Santo Evangelio
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?”. Jesús les contestó: “Les aseguro que me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que les dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?” Respondió Jesús: “Este es el trabajo que Dios quiere: que crean en el que Él ha enviado”. Ellos le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’. Jesús les replicó: “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron:
“Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí, no pasará nunca sed”. Juan 6, 24-35
P. Julián López Amozurrutia
Lectura
Después del signo, comienza la explicación del signo. La multiplicación de los panes tiene un sentido. Ha hecho brotar expectativas, y la gente se embarca hacia Cafarnaúm, queriendo encontrarlo. Las palabras de Jesús, entonces, como ocurre frecuentemente en el Evangelio según san Juan, empiezan a elevar su discurso hacia una más honda comprensión de su misterio. Desde la primera pregunta, “¿cuándo llegaste acá?”, despega la contemplación. No se trata sólo de que el Señor ya no está de pronto a su alcance. Es que antes de su llegada, en realidad, a Cafarnaúm, más aún, su llegada a la tierra, escondía un origen incontrolable para ellos, anclado en la eternidad de Dios. Lo importante es que su obra, la obra de Jesús, empate con el hambre más profunda del corazón de los hombres. No hay que desgastar la fuerza en el alimento que se acaba. El verdadero pan del cielo, el que supera la gesta de Moisés, el que ha bajado acá para dar la vida al mundo, es el mismo Jesús. Venir a Él, creer en Él, alimentarse de Él, es asimilarse al único que puede satisfacer el hambre y la sed del corazón humano.
Meditación
Lo volvemos a preguntar cada vez que nos desconciertan tus signos. ¿Cuándo llegó? En la historia, la respuesta nos lleva a la encarnación, aunque sabemos también que dejó su huella en toda la creación. En la vida personal, al bautismo, con el que nos marcó configurándonos con él. En los ritmos constantes de la Iglesia, a su palabra, que no deja de pronunciarse con la misma fuerza cautivadora, y a su sacramento supremo, en el que el guiño de su amor nos sigue cautivando. Y, a la vez, sigue llegando en cada hermano que se nos abre como compañía, en cada necesidad que motiva la solicitud del amor, en la comunidad a la que pertenecemos, más allá de sus ambigüedades. El que viene del cielo no deja de llegar, con humildad, con discreción, con amabilidad, con sabrosura.
Oración
¡Señor Jesús! Llegaste acá. A nuestra tierra. A nuestro barro. A nuestra carne. A nuestro pueblo. E hiciste una tierra nueva, un barro nuevo, una carne glorificada y un pueblo divino. El signo que concentra tu descenso del cielo y la apertura de la plenitud de nuestros corazones es la santa Eucaristía. Tan frágil a nuestros ojos, que fácilmente perdemos de vista su majestad. Tan sencilla, que desconcierta, aún hoy, a los entendidos, incluso los entendidos de la fe. Tan discreta en su porte, que camufla el más solemne sacrificio. Y, sin embargo, en ella está tu presencia, tu sacrificio, tu amor y tu comunión. En ella sigues llegando a nosotros para purificarnos y para hacernos en ti hijos del Padre. De ella nos sigues alimentando para prepararnos a habitar en la morada eterna. Concédenos acercarnos a ti, en ella, con la debida reverencia y piedad. Amarte con la misma suavidad que tú te nos entregas, y responderte con una existencia impregnada de misericordia y caridad. Que no dejemos nunca de buscarte, aunque parezca que te nos escapas, y que al encontrarte volvamos a preguntar, con asombro, sobre tu origen. ¿Cuándo llegaste acá?
Contemplación
Ante Jesús Eucaristía me detendré a preguntarle: “¿Cuándo llegaste acá?”
Acción
Comulgaré, si me es posible, al menos espiritualmente, con una fe serena y esperanzada. Extenderé mi comunión con gestos de caridad, dándome cuenta de que el Señor sigue llegando al mundo, también a través de mí.
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