Abimael César Juárez
El P. Ezequiel Sánchez, rector del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en Des Plaines, Chicago, Estados Unidos, iba a bordo del vuelo 2431 de Aeroméxico que se desplomó en Durango el pasado miércoles 1 de agosto. Desde la fe logró entrevistarlo, y nos narró su experiencia.
El P. Ezequiel recuerda que por la ventanilla veía cómo caía una fuerte lluvia cargada de granizo al momento del despegue, “por eso, en el momento en que el capitán nos instruyó que tomáramos la postura de emergencia, inmediatamente me puse en oración. Conozco un poco de aviación y podía entender lo que estaba pasando. En ese instante, la única cosa que le pedí al Señor era que la nave no se diera vuelta, porque si el avión se hubiera volteado, todo el combustible nos hubiera llovido, y ahí sí, hubiéramos acabado. Todo dependía de cómo maniobrara el piloto para que el avión no volcara”.
El sacerdote explica que cuando un avión va a despegar, tiene que llegar a cierta velocidad para que los motores tengan la suficiente potencia para ascender, pero la tormenta impidió que la aeronave tuviera la fuerza suficiente, y el capitán tomó la decisión de tratar de poner nuevamente la aeronave en el corto trecho de pista; “en ese momento el mecanismo del tren de aterrizaje colapsó, lo que permitió que la velocidad disminuyera antes de que el avión pegara con el freno de la pista, y así evitó que se diera vuelta, porque si la nave hubiera cobrado más altura o velocidad, la historia hubiera sido completamente diferente, por eso yo estoy muy agradecido con Dios”.
Destaca la solidaridad entre los pasajeros y agradece el gran desempeño profesional del piloto y las sobrecargos, quienes “nunca perdieron la calma; gracias a eso se pudieron evitar muertes”.
Considera que las posibilidades de que todos sobrevivieran de esta situación eran muy pequeñas. “Los especialistas y las autoridades hablan de estadísticas, pero yo prefiero usar la palabra Divina Providencia. Son muy pocos los accidentes aéreos que han sido afortunados de no tener pérdidas lamentables. Las condiciones tienen que ser extraordinarias, y afortunadamente en esta ocasión se pudieron lograr, por eso digo que hay una Divina Providencia en esto”. Los medios no lo han destacado, pero realmente fue la principal razón del llamado ‘Milagro de Durango.
Expresó: “Sin dejar de rezar, mi primera reacción fue pararme y cerciórame de que todos estuviera bien. Tenía el brazo fracturado por la fuerte y violenta sacudida del aparato, pero pude ayudar y hacer mi ministerio con aquéllos que creía que necesitaban mi ayuda. Poco a poco, junto con los demás pasajeros, fuimos saliendo. Ya afuera, les pedí a los que tenía cerca que tratáramos de concentrarnos en un solo lugar, lejos del avión, para evitar que pasara otro accidente, pues la aeronave comenzaba a incendiarse, y también para que fuera más fácil auxiliarnos. Una vez que todos estuvimos reunidos comenzamos a orar para que todo estuviera bien, para que no nos preocuparan las pérdidas materiales, sino comprendiéramos que lo más importante era que todos estábamos vivos, y bien. Algunos me pidieron la Unción y la absolución”.
Refirió que jamás imaginó tener una experiencia de esta magnitud, pues comúnmente las personas están preparadas para accidentes vehiculares, pero no para los de una aeronave. “Pero cuando hay una tragedia, el sentimiento es el mismo, lo identifico igual; para nosotros los sacerdotes podríamos decir que el entrenamiento es el mismo, porque nos motiva para salvar a los demás”.
El P. Ezequiel Sánchez asegura que fue gracias a la lluvia que el incendio no se propagara rápidamente, y pudieron salir ilesos una vez que se detuvo el avión y la tripulación dio la orden de evacuar. “Mucha gente no sufrió lesiones serias y salió inmediatamente; mientras sacábamos a las demás, vimos a los pilotos salir por su ventanilla de emergencia. Yo no tengo la menor duda de que Dios estuvo presente, que estaba con nosotros en cada instante. Para mí es un milagro porque a pesar de la fortísima experiencia no hubo ninguna vida perdida, gracias a Dios sólo lesiones y heridas”.
Para finalizar el P. Ezequiel Sánchez, quien había venido a celebrar sus 50 años de vida junto con sus hermanos y demás miembros de su familia en la localidad la Purísima, municipio de Tepehuanes, Durango, agradeció a nombre suyo y del resto de los pasajeros, todo el cariño que el pueblo de México les ha demostrado, pero sobre todo, a la Virgen de Guadalupe, en quien siempre ha depositado toda su confianza.
Expresó: “Ya quiero regresar a casa, al cerrito donde trabajo con nuestros migrantes y con todos los cristianos que buscamos al Señor.”
El P. Ezequiel regresó a Chicago el 3 de agosto, al siguiente día que le dieron de alta después de la cirugía a la que fue sometido para colocarle en su brazo izquierdo una pieza metálica. Al despedirse, bromeó: “A mis 50 años seré el ‘padrecito biónico’ por la placa de metal que me han colocado en el brazo; eso sí, Diosito y yo vamos a tener una plática muy larga más adelantito; en la que también le daré las gracias.”
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