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Comentario al Evangelio: No quiero ir

Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”. Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.

Mateo: 21, 28-32


Sergio G. Román

El límite de la omnipotencia divina es la voluntad del hombre. No es que Dios no pueda actuar contra una voluntad empecinada, es que Dios no quiere hacerlo. Dios respeta al máximo nuestra libertad, aunque usemos mal de ella.

En ese contexto el cumplir o no cumplir la voluntad de Dios por parte nuestra depende plenamente de nuestra libertad. Los cristianos creemos que hacer el bien y portarnos bien depende de nuestra libertad ayudada por la gracia divina que es un motor muy poderoso, pero que, a final de cuentas, nada puede sin nuestro consentimiento.

Normalmente somos buenos y obedientes hijos de Dios y nos gusta ser así y quizá también nos gusta que nos vean así, pero, a pesar de eso, nos permitimos no obedecer con excusas que creemos válidas. Por ejemplo; yo soy muy católico, pero no me cuesta trabajo dar un soborno porque me justifico diciendo que eso es parte de nuestra cultura; no estoy de acuerdo con el aborto, pero tratándose de un familiar muy cercano estoy dispuesto a ceder porque tiene derecho a “rehacer su vida”; soy una persona honrada, pero ya me llegaron a mi precio y acepto hacer un negocio sucio, al fin que todos lo hacen. Y al siguiente domingo me acerco a comulgar.

 

¿Habrá quién abiertamente le diga no a Dios?

Sí. Aquellos que han abrazado una forma deshonesta de vivir a sabiendas de que viven en pecado, aunque aún ellos se aferran a su religiosidad con la esperanza de ser perdonados por Dios. Cuando convivimos con delincuentes nos damos cuenta de que suelen ser buenos, por lo menos con su familia y con sus amigos.

Se llama conversión al cambio de una persona que hacía el mal y que ahora hace el bien. Y hay muchas conversiones porque en el fondo todos somos buenos y amamos a Dios. Todo es cuestión de encontrar un gran motivo para iniciar una vida nueva.

Detrás de una conversión suele estar una buena mamá o esposa que animan y hasta obligan a un cambio de vida. O detrás de una conversión está esa pérdida total a la que se le llama “tocar fondo”. En ese momento ya no se tiene nada ni a nadie, ya sólo se tiene a Dios.

Cuando hacemos el mal nosotros somos nuestro propio juez y la imagen que de nosotros mismos tenemos se deteriora. Nos damos vergüenza. ¡Cómo nos gustaría recobrar la bondad que alguna vez gozamos!

Es difícil cambiar, desgraciadamente el mal adormece y entorpece la conciencia, hay que renunciar a mucho y no tenemos la fuerza para hacerlo.

La conversión es una gracia de Dios y por eso continuamente oramos por nuestra propia conversión y por la conversión de los pecadores.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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