Rose-Marie Venegas Lafon
Temblor tras temblor, México se levanta. Amanece y la vida sigue, pero ¿cómo seguir? No es fácil regresar a las rutinas. No es fácil saber que sobrevivimos mientras que otros no. Sobrevivimos al susto, al pánico, al terror, y algunos al sismo que cuarteó y derribó sus casas u oficinas. Unos pudieron evacuar el lugar donde estaban, otros tuvieron que ser rescatados de los escombros, y otros ni sabemos… ¿Cómo seguir adelante con todo esto? Esa es la dimensión de nuestra mente, de nuestros pensamientos y emociones, donde nuestro cerebro lucha para restablecer una continuidad en la realidad que lo traicionó: una realidad donde no encajan las imágenes fragmentadas, los recuerdos dispersos, las sensaciones aisladas y a la vez los vacíos en la memoria. Nuestra realidad se fracturó y perdió parte de la coherencia lógica que nos da seguridad, dejándonos expuestos, frágiles, vulnerables. Nuestro cerebro recurrió a su recurso más profundo: el instinto, el reflejo por vivir, al costo de desconectar nuestra capacidad de pensar y analizar lo que vemos y sentimos, al costo de nuestra mente.
Todo empieza como un día normal y de repente, el piso se mueve, se jalonea, a veces cruje, está temblando o suena la alarma, y es como si no estuviéramos totalmente a cargo de nosotros mismos: no da tiempo de pensar y analizar lo que hacemos. Quién sabe cómo pero antes de asimilar la situación ya actuamos, ya sentimos y ya se acabó y de inmediato nos preguntamos: ¿Y mi familia, y mis seres queridos: cómo están? ¿de cuánto fue? ¿de dónde vino? ¿hay daños? Conforme vamos teniendo respuestas, nuestra mente empieza a ubicar lo sucedido. Nuestras emociones no dejan de sentir y pasamos en segundos por miedo, desesperación, nervios, alegría, tristeza, dolor, felicidad, enojo, culpa, frustración, euforia, angustia… y es confuso, sentimos un caos de emociones encontradas al mismo tiempo.
A medida que pasa el tiempo nos cuestionamos porqué hicimos tal o cual cosa, porqué no tal otra, porqué corrí y ni pensé en mi familia o compañeros, debí haber ayudado a tal o tal, porqué siento que sigue temblando, porqué tengo pesadillas del temblor, porqué me vienen imágenes del temblor de la nada, me estaré volviendo loco, o porqué no siento nada o siento que los demás exageran, estamos vivos y no pasó nada y ya…, porqué unos ayudan y se desbordan en solidaridad, porqué otros se paralizan, porqué no paro de chillar y me duele el pecho o me cuesta respirar, porqué no puedo dormir… ¿soy muy débil?… porque tal persona no hace tal cosa o porqué se pondrá así…
Todo esto es normal y válido: es nuestro cerebro trabajando.
Cada persona es diferente y su cerebro va a actuar en el momento y reaccionar después para restablecer el orden conforme a su fisiología personal, su estructura de personalidad, su temperamento, sus herramientas psicológicas y espirituales, su capacidad de gestionar sus emociones, su historia de vida y experiencias previas, así como de sus conocimientos y entrenamiento para actuar en estas circunstancias.
Tembló nuestra vivienda y nosotros de pies a cabeza también, como personas con cuerpo, mente, emociones y alma. No solo en nuestras casas encontramos huellas del temblor: algo caído, fuera de lugar, roto, grietas o incluso en algunos casos daños estructurales. También en nosotros y también internamente tenemos que limpiar, reacomodar, resanar y detectar grietas o daños para tratarlos.
Lo importante no es cómo cada quién lo maneje sino poder afrontarlo y seguir adelante.
Hay quienes pueden expresar con mayor facilidad sus emociones y eso les permitirá afrontarlas y poder reorganizarse y poner orden internamente para vivir, y no solo actuar para sobrevivir. Vivir es buscar disfrutar la vida, ser felices, estudiar, trabajar, reír, llorar, amar, sufrir, enojarse, hacer planes, cumplir metas y sueños, etc. Ciertamente este fue un momento difícil en nuestras vidas, incluso terrible para quienes tuvieron mayores pérdidas, un momento de vida como muchos más, algunos agradables, placenteros y felices, otros aburridos o frustrantes y otros dolorosos y tristes… Y un momento no define una vida ni una identidad o persona.
Es sólo un momento en nuestras vidas, doloroso, terrible, angustioso, pero sólo un momento, y hay que dejarlo pasar para seguir viviendo.
Ayudemos a nuestro cerebro a recuperarse:
– Démosle tiempo: seamos tolerantes y pacientes. Este reacomodo puede tardar una o dos semanas o un mes, mes y medio según cada persona y su vivencia. Más allá es necesario buscar una ayuda más específica, pero se puede tratar y salir adelante.
– No asustarnos por no “controlarnos”: estar hiperalertas, distraídos, desorientados por momentos, revivir parte de los recuerdos o tener pesadillas, sentir las emociones a flor de piel o bloqueadas, o seguir con miedo, es decir con ganas de vivir, o no controlar las reacciones de nuestro cuerpo (resequedad en la garganta, agitación, temblor, …). Nuestro cerebro está poniendo orden y tratando de digerir tantas emociones, así como buscando liberar toda la adrenalina acumulada. Ante las dudas y las preocupaciones, buscar primeros auxilios psicológicos para vaciar y descargar la tensión.
– Ayudémoslo a descansar: si no puedo dormir bien, pero logro dormir, conviene tomar siestas y hacer actividades que nos relajen a cada uno (leer, caminar, pintar, tejer, ordenar, manejar…) y evitar las actividades que nos mantengan conectados a la ansiedad, zozobra y saturación emocional como buscar vorazmente estar informados y darnos atracones de noticias y mensajes. Si pese a todo, no logra descansar y el malestar empeora, acudir al médico a la brevedad por un tratamiento adecuado.
– Confiemos en él: Démosle seguridad y regresemos a las rutinas de trabajo, escuela, salir, tomar transporte, subir pisos… reactivemos nuestra capacidad de pensar y tomar decisiones para nuestra vida cotidiana.
Nuestro cerebro es el mejor experto, nos ha acompañado toda nuestra vida ante las situaciones difíciles y de una u otra forma nos ha permitido enfrentarlas y seguir adelante. ¡Ánimo cerebro!
Foto: @ChinoMoon
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