En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” Respondió Jesús: “El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó: “Muy bien, maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. (Mc 12, 28b-34).
El Evangelio de hoy forma parte de la sección del Evangelio dedicada al ministerio del Señor en Jerusalén (Mc 11,1-13,37). Este ministerio se encuentra justamente antes de la pasión del Señor, así es que se trata de una parte importante del Evangelio.
Podemos dividir el ministerio de Jesús en Jerusalén en tres partes: la primera de ellas está compuesta por varios signos de la dignidad mesiánica de Jesús (Mc 11,1-25); la segunda está dedicada a varios encuentros y desencuentros entre Jesús y las autoridades de Jerusalén (Mc 11,27-12,44) y la tercera es el discurso sobre el fin del mundo o también llamado discurso escatológico (Mc 13,1-37).
El texto que leemos hoy, pertenece a los encuentros y desencuentros con las autoridades. Es importante considerar que discutir y no estar de acuerdo, forma parte de la búsqueda de la sabiduría o de la restauración de la justicia. El Señor Jesús era judío y solía actuar de la misma manera que sus paisanos.
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Sin embargo, algunas discusiones de esta parte del Evangelio ya no son meras búsquedas sapienciales sino controversias muchos más serias, como la parábola que Jesús les propuso sobre los viñadores homicidas (Mc 12,1-12) los oponentes de Jesús percibieron que los acusaba de quererlo matar, pero no lo agredieron por miedo a la gente (cfr. v. 12).
Más adelante les anuncia un juicio muy riguroso a los que se enriquecían so pretexto de largos rezos (Mc 12,38-40). La discusión que leemos hoy demuestra que Jesús y los maestros de la Ley no eran enemigos. Ambos coinciden en que la relación entre el culto religioso que expresa el amor a Dios y la caridad al prójimo están íntimamente unidas.
El Señor, en muchas ocasiones, expresó que amar al más pequeño era amarlo a él, recibir a un niño era recibirlo a él y a Aquel que lo había enviado. Gracias a este pasaje que se encuentra prácticamente en el centro del ministerio de Jesús en Jerusalén podemos constatar que el Señor no ocupó una doble medida de relación con los demás. El Señor a todos les brindó su amistad llena de misericordia.
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