Cultura Bíblica

  • El Evangelio de este domingo nos da pie a reflexionar sobre el modo en que Jesús relacionó lo público con lo privado en su ministerio.

Mons. Salvador Martínez

Nuestro Señor Jesucristo, según nos dice San Lucas (Lc 3,23), tenía como treinta años cuando fue bautizado por Juan en el Jordán. Esto marcó el inicio de su vida pública. Todos los evangelios son bastante claros en decir que antes de su bautismo, Jesús vivió inmerso en el anonimato, fue un judío más que vivía en Nazareth y trabajaba con sus manos (Lc 2,51-52).

San Mateo nos reporta que Jesús después de que el bautista fuera encarcelado cambió su lugar de residencia y se fue a vivir a Cafarnaum (Mt 4,12-13). Con este cambio de domicilio cambió radicalmente su vida. Jesús, podemos afirmarlo con mucha probabilidad llevó una vida comunitaria con aquellos que aceptaron ser sus discípulos (cfr. Jn 1,38) Sin embargo, no fue una persona con estancia estable en una sola localidad. Comenzó haciendo obras portentosas en Cafarnaum, pero pronto pasó a predicar, sanar enfermos y liberar endemoniados por muchos otros poblados de Galilea. Esto fue la tónica pública de la primera parte de su servicio evangelizador.

Sin embargo, los evangelistas consideraban los momentos de estancia de Jesús en casa como momentos no públicos. En algunos casos nos dicen, cuando se quedó solo con sus discípulos (Mc 4,10), o fue en busca de lugares solitarios para alejarse de la muchedumbre (Mc 6,31). El texto del día de hoy nos dice que el Señor no quería que se supiera donde andaba porque deseaba enseñar a los discípulos. Con esto comprobamos que el estilo de vida de Jesús conjugaba constantemente la convivencia con muchedumbres dentro y fuera de las ciudades con momentos de intimidad con su grupo tanto en casa como fuera de las ciudades.

Leer: Cultura Bíblica: Para comprender y vivir el Evangelio.

Una de las enseñanzas que el Señor quiso afianzar en esta ocasión radica sobre el estatus de las personas dentro de la comunidad. Por las dos frases con las que Jesús explica aquello de ser el último, entendemos que hacerse el servidor de todos, es comparable a hacerse el esclavo. La actitud de servicio es aquella con la que Jesús se identificó a sí mismo: “yo no he venido al mundo a ser servido sino a servir y a dar la vida por todos” (Mc 10,45). En el libro de los Hechos de los Apóstoles, en boca de San Pablo se cita una frase de Jesús “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

Como vemos el servicio es un camino de identificación con Jesús y es un camino de alegría y ‘plenificación’ de la persona. Ya desde el Antiguo Testamento se había profetizado que la excesiva acumulación solo era camino de carestía y sufrimiento (cfr. Is 5,8-12). Pero llama la atención que otra comparación que usa Jesús es la acogida de los niños en su nombre.

En la actualidad el tema de la natalidad es por demás sensible tanto en el aspecto del aborto como en el de la sobrepoblación mundial. En la época del Señor, el que menos contaba era el infante. El protagonismo social se alcanzaba a partir de los doce años Así es que apostar por un pequeño era igualmente paradójico que hacerse el esclavo de todos.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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