La oración es fundamental en nuestras vidas.
Mi nombre es David Ortega, soy diácono permanente de la segunda vicaría. Por gracia de Dios, desde hace más de siete años empecé a relacionarme con la problemática de la pérdida de un ser querido en los Decanatos VI, V y IV, de nuestra segunda vicaría y en localidades vecinas. Esto porque fueron las rezanderas quienes me pidieron asistir con oración en casos de muertes difíciles, como las de asesinatos y robos.
Ahí comencé a preguntarme, ¿cómo podíamos acompañar, dar consuelo y brindar auxilio en una situación tan dolorosa? He encontrado que en las tradiciones católicas hay mucho para ayudar a la gente a sanar.
Guiar el rezo del Santo Rosario, el novenario de difuntos – e incluir cantos y reflexiones bíblicas en este proceso-, así como el levantamiento de la cruz, no solo funcionan para solicitar la intercesión de la Virgen por el alma del fallecido, también sirven para los deudos, quienes he visto se serenan y adquieren paz. Es como un impulso hacia la aceptación de la pérdida, incluso les ayuda para superar el enojo por la forma en que ocurrió la muerte.
La oración potencia el deseo de vivir. Al guiarla, las personas que nos ven y nos siguen encuentran que Dios es dulce, da paz y sana, porque lo experimentan y lo sienten.
Acompañarla con cantos apropiados también los ayuda: entonar salmos como el de “En Jesús puse toda mi esperanza” (Salmo 40); o “Levanto los ojos a los montes. De dónde me vendrá el auxilio” (Salmo 120) constituyen lo rico de nuestra tradición, yo le llamo “doloroterapias”, una especie de metodología católica para mitigar el sufrimiento por la partida.
En la segunda vicaría y con el apoyo de nuestro obispo Carlos Briseño Arch, hemos profesionalizado esta práctica de ayudar a los deudos. Él nos impulsó a dar cursos de capacitación a las rezanderas e interesados en el tema para que se vuelvan fuente de consuelo y apoyo a las familias de la comunidad. También el padre Pedro Velázquez, de Cáritas Pastoral de la Salud, nos alentó a seguir acompañando estos procesos de duelo, sumándonos como diáconos.
Practicamos el encuentro con las personas dolientes con mucho respeto. Los tratamos como adultos, como personas que entienden, que saben. No son niños en la fe. Y durante los nueve días de novenario les hablamos diariamente de cinco temas: El ser humano: que no se sabe quién es; que se enoja; que muere; el Kerigma: los pasos del seguimiento de Dios. Familia: ahí nacemos y morimos. Las pérdidas: están desde que salimos de Dios y el vientre; cuando nos cambiamos de casa; cuando nos deja un amor; cuando fallecemos. Y doloroterapias: mitigar y controlar el dolor mediante la oración y hacer obras de misericordia.
*David Ortega es diácono permanente de la segunda vicaría de la Arquidiócesis Primada de México. Está especializado en la impartición de cursos del Rosario y acompañamiento a dolientes.
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