Antonio Rodríguez
El Faraón de Egipto ordena la muerte de todos los hebreos recién nacidos, pues –según él– si este pueblo se llega a multiplicar podría ganarle en número a sus fuerzas militares y revelarse. Así que, de golpe, ordena una matanza sin precedentes.
Ante tal situación, una de las esclavas decide colocar a su hijo más pequeño en una humilde cesta, y huir con él, pero al mirarse rodeada de muerte y desamparo, la única alternativa que tiene es dejar que el río proteja al niño. La cesta es llevada por la corriente, sorteando las fauces hambrientas de cocodrilos y otros peligros, hasta llegar a las manos de la esposa del Faraón, quien decide adoptar al pequeño.
Muchos años han pasado, y los dos hijos del Faraón se divierten a manos llenas, jugando carreras a toda velocidad. Ambos jóvenes, suben y bajan despreocupados por las pirámides y las magnánimas esculturas de los antiguos regentes, pero accidentalmente terminan destruyendo gran parte de las nuevas estructuras. El coraje del Faraón no se hace esperar y termina regañando a ambos, sobre todo a Ramsés, quien es el heredero al trono.
Más tarde, Moisés atestigua la humillación de una mujer hebrea; se la han regalado. Cuando la mujer tiene la oportunidad de huir, Moisés no la detiene, sino que más bien la sigue. Es entonces cuando se topa con una joven que dice ser su hermana; él se niega a aceptar esto, y la invita a revisar la historia de quien él considera su familia. No pasará mucho tiempo para que Moisés sepa la verdad sobre su nacimiento y adopción, una verdad que causará en nuestro protagonista diversas dudas y crisis internas.
En la travesía por encontrase a sí mismo, Moisés terminará encontrando a Dios, quien le ordena ser el guía y libertador del pueblo subyugado, incluso a pesar de las dudas y súplicas de éste. “No puedo ser tu mensajero”, le dice Moisés.
El príncipe de Egipto (1998) es una de las primeras películas del estudio Dreamworks, la cual, aunque se toma ligeras libertades para contar la Historia del Éxodo, en ningún momento resulta molesta o agresiva para los “cánones”. Es, de hecho, una muy buena manera de acercar a los niños a las historias bíblicas.
Moisés no quiere ser líder, está bien siendo el príncipe suplente de un reino que tal vez no le pertenezca; mucho menos quiere ser el líder de un pueblo que no conoce y no parece tener nada en común. A veces los líderes del mundo no quieren tener tal carga sobre sus hombros, pero Dios así lo dispone, y ante eso, ¿que pueden hacer?
Moisés acepta su mandato, su divino mandato; acepta la responsabilidad de cargar sobre sus hombros el dolor de un pueblo subyugado; ahí está la palabra clave: “responsabilidad”; mas allá de la lectura religiosa que evidentemente tiene esta interpretación del Éxodo, la historia de Moisés nos habla de responsabilidad. En una época en la que parece que nadie quiere hacerse responsable de nada, ni siquiera de sus propias acciones, vale la pena echarle un vistazo a El principie de Egipto.
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