Dulce María Fernández
Pues cómo de que no. Estoy estrenando de todo: desde ropa hasta juguetes, desde pantallas planas hasta tabletas y celulares, desde viajes hasta coche si bien me va, entre otras muchas cosas que dentro de poco ya no serán novedad, sino rutina y vida cotidiana.
Pero lo más importante es que estoy estrenando el Año 2018. Y esto sí que es un gran regalo. Es más, no me costó nada obtenerlo, y como tal, es un gran obsequio al que tengo que encontrar el modo de usar bien, con curiosidad y provecho; es decir, con mucho sentido. No trae instrucciones, pero sí tiene fecha de caducidad. No traía una tarjetita del que me lo regaló, pero no tengo la menor duda: Dios, que es el dueño del tiempo, me ha hecho este gran presente.
Seguro que todos lo hemos recibido, y como es muy normal, tenemos muchas intenciones y buenos propósitos para el Año Nuevo, pensando que ahora sí los vamos a cumplir. Pero hay un pelo en la sopa: ya hemos recibido muchos años nuevos en nuestra vida, y no hemos cumplido con nuestras intenciones y propósitos. Todos lo sabemos. Y no estoy hablando solamente en el plano material: que si hacer dieta, o dejar de fumar, que si llevarme mejor con mis compañeros de oficina, que si beber menos, que si atender más a mi familia, que si llevar mejores relaciones con los parientes políticos, entre muchos otros ejemplos. Así es como terminamos los años, dejándolos pasar y sin concretar ni siquiera uno de nuestros propósitos.
Y pensándolo bien, ¿por qué nos pasa esto? Seguramente no es por falta de ganas, sino por falta de análisis, planeación y poca voluntad. Por eso caemos en la rutina y dejamos nuestras buenas intenciones en el olvido. Nos vamos desanimando porque ya se nos pasó la motivación del inicio.
Pero este año queremos que sea diferente, ¿o no? Queremos terminarlo de la mejor manera posible, con la satisfacción de que lo usamos bien y dimos gloria a Dios por ello. Por eso, antes de hacer ningún propósito, vamos a sentarnos a pensar. Y si pensamos delante de Nuestro Señor y bajo la luz del Espíritu Santo, pensaremos mucho mejor. Aprenderemos al estilo de la Virgen María: meditando todo esto en nuestro corazón.
Empecemos por analizar: ¿para qué nos dio Dios la vida*?
Sigamos pensando en ¿cuál es nuestra misión*? Todos tenemos una en común, pero la mía particular, ¿cuál es?
Y continuemos desmenuzando nuestros pensamientos ¿estoy siendo fiel a mi vocación*?
*Por si se nos olvidó el significado de alguna palabra, la nota referente al asterisco viene en este artículo.
Prosigamos. De todo lo anterior deduzco qué es lo que más me interesa:
*Vida. Dios nos creó por un amor libre y desinteresado. Somos criaturas de su amor.
*Misión. Estamos en la tierra para conocer y amar a Dios, para hacer el bien según su voluntad, y para ir un día al cielo.
*Vocación. Dios traza un camino propio para cada persona y le hace un llamado específico: Matrimonio, sacerdocio, servicio, etc.
*Vida espiritual. Dios ha puesto en nuestro corazón el deseo de buscarlo y encontrarlo. Para el ser humano es natural buscar a Dios. “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea o no consciente de ello”. Sta. Edith Stein. Esta vida se acrecienta con la oración y los sacramentos, porque ahí encontramos a Dios.
*Vida eterna. Comienza con el Bautismo. Va más allá de la muerte y no tendrá fin.
Dependiendo de la respuesta, decidiremos nuestros propósitos. Haz el análisis para saber cuál de todas las preguntas de la “a” la “f” es la que más te interesa, y puesto que todas son interesantes, define tus prioridades.
¡Tenemos una cita en el próximo artículo! Ahí podremos concretar los propósitos de este Año Nuevo, el 2018.
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