Las 7 Palabras de Cristo en la Cruz nos hacen reflexionar sobre la vida y hacer oración. ¡Conoce por qué!
Padre Dios,
tu Hijo está clavado en la cruz en el Monte Calvario.
Está clavado ahí por mí,
por nosotros sus amigos,
por quienes quiere dar su vida.
Pero en esa cruz,
en ese Jesús crucificado,
también estoy yo,
también estamos nosotros.
Allí está el hombre de todos los lugares
y de todos los tiempos.
La humanidad que sufre
crucificada con Jesús.
Jesús dice sus últimas palabras.
Son suyas y son nuestras.
Palabras pronunciadas con dolor… ¡y con amor!
Estas son sus palabras, y las nuestras.
A continuación, enumeramos las Palabras de Cristo en la Cruz junto con una reflexión y una oración.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (23, 33-34):
La primera, de las 7 Palabras de Cristo en la Cruz, señala cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
Palabra del Señor.
Padre,
tú los has visto,
me acusaron falsamente y me condenaron a muerte,
se divirtieron azotándome
y coronándome de espinas;
la muchedumbre me insultó
y me acompañó entre gritos hasta el Calvario,
morbosamente sedienta de mi sangre;
me clavaron en esta cruz para que el mundo me viera.
En estos hombres ha salido a relucir la maldad de la humanidad.
Padre,
tú los has visto,
me arrojaron de mi patria porque no creo lo mismo que ellos,
me encarcelaron
y me cortaron la cabeza frente a las cámaras,
me exterminaron,
me cerraron las fronteras
y construyeron muros entre mi hambre y sus mesas desbordantes de pan,
me vendieron,
me prostituyeron,
me desaparecieron.
En estos hombres ha salido a relucir la maldad de la humanidad.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen,
porque no saben lo que están haciendo.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (23, 39-43)
La segunda, de las 7 Palabras de Cristo en la Cruz, señala que uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. Él le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Palabra del Señor.
Jesús,
yo soy tu compañero de cruz.
Estoy crucificado como tú.
Podría ser Gestas, el mal ladrón,
y entonces insultarte a pesar de mi cruz,
quejarme de mi dolor,
de mi enfermedad,
de mi abandono
y echarles la culpa a todos,
hasta a Dios.
¿Por qué me toca sufrir a mí y a otros no?
Pero quiero ser Dimas,
el ladrón compasivo,
que pendiente de mi cruz
siento compasión por ti
porque, al menos, tú no mereces la cruz que yo merecí.
Jesús, cuando estés en tu Reino, acuérdate de mí.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (19, 25-27)
La tercera, de las 7 Palabras de Cristo en la Cruz, señala que junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Palabra del Señor.
Jesús,
te hemos despojado de todo lo que tenías
y te hemos clavado en esa cruz
que ni siquiera es tuya; es la nuestra.
Ya no tienes nada
y, sin embargo, sigues viendo lo necesitados que estamos.
Nos has dado todo;
¿qué más podrías darnos?
Y, entonces, tus ojos han contemplado a tu madre
al pie de la cruz
y, luego, han contemplado, en Juan, a todos nosotros
tan necesitados del amor de una madre
y lo decidiste;
compartes con nosotros lo único que te queda,
lo que es muy tuyo y nadie podría quitártelo.
Nos das a tu madre para que sea nuestra madre.
Gracias, Jesús,
también nosotros la recibimos en nuestro corazón.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (27, 45-49)
La cuarta de las 7 Palabras de Jesús en la Cruz, señala que desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región.
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.
Palabra del Señor
Padre Dios,
Padre de Jesús y Padre nuestro también,
un buen papá siempre está junto a su hijito amado,
cuida sus pasos cuando comienza a caminar
y de allí en adelante lo acompaña a lo largo de su vida paso a paso,
pronto a auxiliarlo si tiene necesidad.
¿Cómo es que ahora has dejado solo a tu único Hijo?
¿Cómo nos dejas solos a nosotros tus hijitos?
¿Dónde estás cuando estamos crucificados?
¿Dónde estás cuando estamos en guerra,
cuando nos morimos de hambre,
cuando estamos incurablemente enfermos,
cuando sufrimos prisión injusta?
¿Dónde estás cuando sentimos que nos haces más falta?
Sí; ya lo sabemos,
cuando tu Hijo se sentía abandonado
tú estabas junto a él,
en él crucificado.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (19, 28-29)
La quinta, de las Palabras de Cristo en la cruz, indica que después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Palabra del Señor.
Jesús,
sí; tienes sed
y todos sabemos que es natural.
Te estás muriendo de sed.
Pero tu sed no es sólo de agua,
tienes sed de mí.
Un vaso de agua no se le niega a nadie.
Una obra de misericordia
que tú nos enseñaste
es la de dar de beber al sediento.
Y tú me pides ahora
que yo sea esa agua que sacie tu sed.
Señor, ¡pero si tan sólo soy agua sucia,
agua contaminada por mis pecados,
por mis egoísmos!
¿Cómo puedes tener sed de mí?
Está bien,
acepto saciar tu sed
confiando en que tú sabes purificar mi alma
y hacerla limpia y cristalina
como la hermana agua.
Si tienes sed de mí, purifícame.
La sexta, de las 7 Palabras de Cristo en la Cruz, habla de la Lectura del santo Evangelio según san Juan (19, 30)
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Palabra del Señor.
Jesús,
todo ha terminado.
El drama de Dios hecho hombre
por amor a los hombres
ha llegado a su fin.
Los hombres hemos matado a Dios,
lo seguimos matando todos los días
cada vez que matamos a uno de nuestros hermanos
en el pensamiento o en la realidad.
Somos una humanidad deicida.
Todo ha terminado.
Tu trabajo ha sido perfecto,
nos has salvado a todos los hombres
de todos los tiempos,
ahora nos toca a nosotros
terminar lo que has iniciado… ¡con tu ayuda!
Todo ha terminado
e irás ahora al seno de la madre tierra
al sueño de los muertos
donde descansarás en paz hasta que…
¡todo comience de nuevo!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (23, 44-49)
La séptima, de las 7 Palabras de Cristo en la Cruz, señala que era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: “Realmente este hombre era un justo”.
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Palabra del Señor
Padre,
allí tienes a tu Hijo.
Ese Hijo al que su madre arrulló recién nacido en Belén.
Ese Hijo al que José enseñó a llamarte Padre.
Ese Hijo de tus complacencias
al que nos pediste que escucháramos.
Ahora él te entrega su Espíritu,
su último aliento
como ofrenda de amor a ti
y a nosotros sus hermanos.
Ha sido un buen Hijo tuyo,
nos habla mucho de ti
y nos enseña a llamarte, también, Padre nuestro.
Tu Hijo ha regresado a tu casa
donde, nos dice, nos va a preparar una habitación.
Recíbelo,
detrás de él llegaremos nosotros.
También nosotros,
como él,
con la confianza de que eres nuestro Padre,
ponemos nuestro espíritu en tus manos.
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