Categorías: Firmas

Opinión: Reconstruyamos con firmeza… el Corazón

P. Eduardo Lozano

La conversación particular de los pasados días –entre familiares y amigos, entre vecinos y compañeros de trabajo- ciertamente ha versado sobre la típica pregunta: ¿Y dónde te agarró el temblor?  Y todos tuvimos necesidad de externar no sólo las circunstancias físicas de donde estábamos, sino también los sentimientos y pensamientos que surgieron en ese momento y en los días siguientes. Sin embargo, parece que no es suficiente sólo platicar y desahogarse. Quedarnos ahí sería como tomar una fotografía del momento y ya. Es necesario retomar lo más propio y personal –el corazón- para reconstruirlo, para consolidarlo, para hacer más fuerte ante cualquier adversidad. Te propongo algunos pequeños y sencillos pasos; ojalá ayuden a reconstruir con firmeza… tu corazón.

1.- Con sencillez recordemos que con la palabra “corazón” nos referimos al centro personal, emocional, del ser humano, a nuestro ser más íntimo, a la fuente de nuestras relaciones afectivas con los demás, al lugar en donde el ser humano es él mismo y en donde se experimenta como soberano y dueño absoluto. Y con sencillez reconozcamos que ahí también nos afectaron los sismos: ¿quién no palpó su fragilidad y vulnerabilidad ante las fuerzas de la naturaleza?, ¿quién no se sintió necesitado de una protección realmente segura?, ¿quién no se vio ante la posibilidad –mayor o menor- de que se viniera abajo su propio ser y existencia? Como un primer punto, te recomiendo que hagas un poco de silencio y vuelvas a tu propio Corazón, a lo secreto de tu ser, y te aceptes como un ser vulnerable y frágil. No te aferres –falsamente- a que tú no sentiste nada.

2.- Los sentimientos y los afectos son como el agua: nos pueden dar vida y frescura, limpieza y salud. Pero si no los atendemos debidamente también pueden ser –como el agua contaminada- vehículo de enfermedad y parásitos, de destrucción y muerte. Así que reconstruir con fuerza el corazón significa que hemos de procurar el cultivo de los más nobles y bellos sentimientos, aquellos que nos dan un corazón auténticamente humano. Si nos quedamos culpando a Dios de lo sucedido, si pensamos que ya no podremos seguir adelante, que el futuro va a ser muy difícil, si nos da la impresión de que los demás no nos entienden porque no sufrieron lo mismo, es porque tal vez se ha estancado el agua sucia en nuestro corazón. Para reconstruir el corazón, bien te podría ayudar que escribas puntualmente esos sentimientos y los des a leer a una persona de toda tu confianza. Cuando el propio corazón se acerca libre y profundamente a otro, sin duda se fortalecerá.

3.- La vida y nuestro mundo nos ha dado tantas oportunidades y ventajas: tardes bellas y amigos sinceros, sensaciones y experiencias que nos llenan de gozo, sabores exquisitos y sonidos maravillosos, ¡sabernos vivos y queridos ya es una gran bendición¡  De ahí que te recomiendo que hagas también una lista de tantos bellos recuerdos y experiencias ¡y la compartas con alegría!: al compartir la luz de una pequeña llama se multiplica el resplandor, es entonces cuando la obscuridad es vencida.

4.- Acabo de leer que los antiguos mexicanos definían a la persona como “in ixtli, in yólotl”, es decir, como aquel que tiene rostro y corazón, como aquel que es dueño de su voluntad y sus sentimientos, como aquel que tiene un corazón firme y un rostro sin miedo de mostrarlo. Y veo que muchas veces nos da miedo mostrar un corazón frágil y un rostro lloroso. No siempre estamos bien y menos después de un terremoto; pero mostrarnos tal como somos ciertamente nos dará fuerza para ser mejores, para levantarnos, para sostener a otros en su fragilidad. No tengas miedo de mostrar tu fragilidad, pero tampoco te quedes como perpetua víctima a quien todos deben atender.

5.- Jesús dijo: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6, 21). Y yo creo que los sismos o el huracán podrán quitarnos cosas que cuestan mucho dinero, pero lo auténticamente valioso, lo que Dios nos da, lo más propio, íntimo y personal que somos y tenemos, eso nadie nos lo podrá arrebatar. Así que para reconstruir con fuerza el corazón, nada mejor que ponernos una y otra vez en las manos de Dios, aceptando su Voluntad y pidiendo la luz necesaria para comprenderla debidamente. No olvido lo que me dijo una anciana en San Gregorio Atlapulco: “Padre, perdimos todo pero no la fe en Dios”. Ella tiene un tesoro muy grande y ahí tiene su corazón fortalecido.

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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