Categorías: Firmas

¿Por qué peregrinamos?

P.Sergio G. Román

“Todos los caminos llevan a Roma”

Durante la persecución desatada por Nerón contra los cristianos, a san Pedro lo martirizaron clavándolo en una cruz. Él no se consideraba digno de morir como había muerto su Señor Jesús, así que le pidió al verdugo que clavara su cruz de cabeza, y le cumplieron su deseo. Los primeros cristianos recogieron sus restos mortales y los enterraron en una catacumba en la Colina Vaticana, una de las siete colinas sobre las que fue construida Roma. Su tumba comenzó a ser visitada por todos los cristianos de Roma y por los que llegaban desde fuera con el fin de venerar la memoria del santo. Todo esto a pesar de la constante persecución. Cuando llegó la paz de Constantino y los cristianos pudieron dar culto a Dios libremente, el mismo emperador Constantino mandó construir una basílica sobre la tumba de Pedro en la Colina Vaticana, que hasta la fecha es el lugar de peregrinaje más grande del mundo, de tal modo que se decía que “todos los caminos llevan a Roma”. Roma, por Pedro, es la capital del cristianismo y todo católico alberga en su corazón el deseo de acudir alguna vez al Vaticano, donde se puede palpar la catolicidad de la Iglesia. Como esto no es posible, a Juan pablo II se le ocurrió hacer llegar al Papa mismo al mayor número de católicos que él pudo, convirtiéndose así en un Papa peregrino. Un Papa muy cercano a sus fieles.

 

Los lugares santos

También, desde los primeros años del cristianismo, los lugares santos son un lugar de peregrinación. El católico quiere estar allí, en el lugar mismo donde se encarnó todo un Dios en el seno virginal de María de Nazaret, o quiere ver con sus propios ojos la cueva donde el Hijo de dios nació y fue recostado en el más humilde pesebre en Belén, o quiere meditar junto al Monte Calvario para alegrarse después ante la tumba vacía de Jesús resucitado en Jerusalén. Jesús está vivo, pero como que lo sentimos más cercano allí donde el vivió, predicó, murió y resucitó.

 

Tierra Santa en nuestra propia tierra

Los cristianos tenemos necesidad de ir, de visitar aquellos lugares que consideramos santos. Lugares de Dios donde Él sale al encuentro del hombre. Lugares de encuentro entre hermanos unidos por una misma fe y un mismo amor. Lugares que Dios hace santos o que nosotros queremos hacer santos dedicándolos a él.

En nuestra patria hay lugares santos, meta de nuestro peregrinar, que hacen de nuestro pueblo “un pueblo que camina”. Desde luego, la Basílica de Guadalupe, imán de los mexicanos pobladores de estas tierras y de todos los “amadores” de la Virgen que vienen de todos los confines del orbe. El Tepeyac camina apresuradamente hacia el primer lugar mundial de peregrinaje.

Chalma, de raíces prehispánicas, es el lugar de peregrinación amado por nuestros pueblos indígenas.

San Juan de los Lagos, Juquila, Plateros, Zapopan, los Remedios, san Juan Nuevo, el Cubilete, y tantos y tantos lugares que en nuestra patria son visitados constantemente, nos hablan del amor de un pueblo constantemente en búsqueda de lo divino.

 

¿Por qué peregrinamos?

La peregrinación es un símbolo. Simboliza al cristiano que busca el Reino de Dios. El santuario o el lugar santo que se visita es como el cielo. Vamos hacia el cielo.

Para poder llegar al santuario necesitamos dejar atrás nuestra casa y nuestras ocupaciones. Es el signo de nuestra opción por Dios. Lo dejamos todo para seguirlo. En México se acostumbra peregrinar a pie hacia santuarios muy lejanos que ocupan varios días de camino y hasta meses. Es admirable como hay peregrinos que lo dejan todo para emprender este camino hacia el santuario.

El camino mismo es símbolo del sacrificio, del esfuerzo que implica ganarse el cielo. La larga esperanza de llegar al lugar deseado se ve compensada con la alegría de la llegada. Cuando uno va a pie a Chalma, ¡no se imaginan el gusto que da cuando por fin vemos el santuario cercano!

Los peregrinos acostumbran confesarse y comulgar en el santuario, prenda del banquete celestial. No falta quien haga un juramento de no tomar o no drogarse, como un deseo de prolongar el cielo.

Los mismos recuerditos que adquirimos para llevar de regreso a nuestra casa son la expresión de ese deseo de llevar el cielo con nosotros a nuestros hogares y compartirlo con nuestros seres amados.

 

Iglesia peregrina

Cuando los católicos emprendemos la peregrinación nos convertimos en imagen de la Iglesia aquí en la tierra, que es peregrina en busca de su Cabeza allá en el cielo.

La peregrinación no es un paseo ni una ocasión de diversión, aunque para muchos de nosotros sea un verdadero gusto el peregrinar. Debemos hacerla con devoción, en espíritu de conversión, en ambiente de fraternidad, agradecidos por la hospitalidad que nos brindan las personas que nos ofrecen “providencias” en el camino.

Ya en el santuario, encontrémonos con Dios en una reunión íntima, muy familiar, con nuestro Padre del Cielo.

 

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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