Guillermo Gazanini Espinoza/Periodista Digital
Desde 1990, el Centro Católico Multimedial documenta lo que no debería suceder. Se trata de los crímenes perpetrados contra sacerdotes y agentes de evangelización en México. Viene escalando de forma alarmante, especialmente en los llamados años de la guerra no declarada desde la pasada administración de Felipe Calderón Hinojosa al consumarse el trágico registro de 25 casos: 17 sacerdotes, tres religiosos y cinco laicos asesinados en diversas circunstancias y, en la mayoría, con escasos avances en las indagatorias para conocer cuáles fueron los móviles ciertos que llevaron a los victimarios a consumar homicidio contra estas personas.
A un año del fin de la presente administración 2012-2018, las promesas de seguridad para devolver la paz a las calles de México fracasaron de forma estrepitosa ante la violencia incesante. No se trata de víctimas colaterales, efectos inevitables de una guerra que ha puesto a las fuerzas armadas en la calle. El derramamiento de sangre es escandaloso y alcanza a policías, marinos y soldados; civiles o profesionistas. Médicos, mujeres, estudiantes, periodistas, activistas y defensores de los derechos humanos están en la mira del crimen. Hoy lamentan la pérdida de sus compañeros de gremio cuando, un día, alguien decidió segar la existencia como si fuera cosa de la que se puede disponer por decisión propia al empuñar un arma letal.
En dos sexenios, más de 200 mil personas han sido privadas de la vida, (Calderón: 120 mil 935 asesinatos; Peña: 114 mil 61 homicidios al 20 de noviembre de 2017). La palabrería de los responsables en otorgar seguridad sólo justifica la pronta resolución de los casos por ilusiones y vagas justificaciones en la mente sin llegar nunca a la la justicia pronta a la que todos tenemos derecho. En la raíz encontramos la putrefacción del sistema entero infectado de corrupción e impunidad, dos hermanas que van de la mano.
El Centro Católico Multimedial (CCM) dirigido por Omar Sotelo Aguilar, religioso de la Sociedad de San Pablo y ganador en marzo de 2017 del Galardón del periodismo por la mejor investigación de Derechos Humanos concedido por el Club Nacional de Periodistas, ha dado seguimiento a lo que se ha definido como neopersecución. Y se trata de eso cuando en el sexenio 2012-2018 repunta el número de sacerdotes asesinados acentuándose con otros hechos lamentables que desestabilizan la paz en general e impactan a la Iglesia católica en particular: 19 sacerdotes, un hermano religioso y cinco laicos asesinados.
Este año que languidece 2017 lamentamos el fin de la existencia de cuatro sacerdotes: Joaquín Hernández Sifuentes de la diócesis de Saltillo, asesinado en enero; Felipe Altamirano Carrillo, presbítero de la Prelatura del Nayar victimado en marzo; José Miguel Machorro Alcalá, presbítero de la diócesis de Papantla, prestaba su ministerio en la Arquidiócesis Primada de México. Uno de los casos más emblemáticos por tratarse de una víctima quien ejercía al interior del más importante recinto religioso. Sufrió a manos de un desequilibrado mental del cual no tenemos puntual resultado del proceso penal o de sentencia alguna en su contra por el delito de homicidio. Machorro Alcalá murió casi dos meses después al sufrir el calvario de una penosa recuperación que fue agonía que resultó en trágico desenlace.
Finalmente, el anciano presbítero de la diócesis de Nezahualcóyotl, Luis López Villa, torturado y asesinado brutalmente en julio en lo que se presume fue un robo con todas las agravantes al interior de su casa.
Otros pudieron engrosar esta lista fatal, pero por manos de la Providencia escaparon de un destino trágico. Uno de ellos, el padre Juan Antonio Zambrano García, de la Arquidiócesis de Tijuana, repelió el ataque de un ratero, el 8 de junio. Las graves lesiones propinadas en contra el sacerdote le llevaron al hospital logrando poner a salvo su integridad física y vida.
A lo anterior se suman los inauditos atentados en contra de edificios administrativos y de culto público de la Iglesia católica en el 2017: Un sacrílego ataque en Catedral metropolitana de la Arquidiócesis de México, el 15 de mayo, cobró la vida de un sacerdote y el fanático acto terrorista con explosivos en contra de la sede de la Secretaría de la Conferencia del Episcopado Mexicano en la madrugada del 25 de julio, afortunadamente sin víctimas fatales y sólo daños materiales.
El recuento trágico es motivo para acelerar un cambio de mentalidad y de las políticas que están en el desfiladero del fracaso. El Centro Católico Multimedial entrega estos reportes anuales ante la tragedia que nos debería ocupar para que no suceda nunca más. Los casos han sido interpelantes, pero sobre todo deben conducir a la justicia para honrar a las víctimas y otorgar lo que justamente pertenece a las familias que han sufrido la pérdida de todos ellos.
Es por eso que, en los primeros días de enero de 2018, el CCM aportará un recuento pormenorizado de estos delitos, sus causas y consecuencias en una publicación titulada “Tragedia y Crisol del Sacerdocio en México”, fruto de años de estudio de la unidad de investigaciones especiales del CCM, la obra da cuenta de sacerdotes y agentes de evangelización asesinados a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). El recuento se nutre de un análisis de las causas y consecuencias además de complementarse con un elaborado informe de templos y lugares de culto que han sido blanco del crimen cometiendo desde vulgares robos hasta el saqueo de arte sacro realizado por de bandas organizadas que obtienen millonarias ganancias.
La presentación de la obra es de Mons. Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca, pastor que vive en carne propia una de las situaciones más delicadas a nivel nacional. La crisis de una entidad azotada por la violencia cuyo último caso revela esta corrupción de la credibilidad, de versiones encontradas y justificaciones inverosímiles: La matanza de seis personas en Temixco, Morelos, entre ellas un bebé de dos meses, el 30 de noviembre. Nada justifica este trance por el que se atraviesa, señala Mons. Castro Castro, “por lo que hay que decir: ¡Basta!”
Las páginas de la obra concentran este recuento fatal que no debe ser simple estadística. Se trata de mantener viva la memoria y hacer algo antes de que esto sea demasiado tarde. ¿Podremos saber la verdad? No tenemos respuestas y, lamentablemente, ante los hechos y cifras, otros sacerdotes y agentes de pastoral están en la mira del crimen organizado que los ve como contrapeso de su poder.
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