P. Inocencio Llamas
Deben ser leídos como lo que son: ¡Signos de los tiempos! Que no se pueden traducir como avisos del fin del mundo, pero sí como fuertes despertadores de nuestras conciencias de ese letargo que produce el pecado.
Son una advertencia contra el mal. Un aviso para nuestras almas de que debemos estar preparados, pues el Señor vendrá como ladrón en la noche. (2 Pedro 3,10) y literalmente lo estamos viendo en estos días.
Es un recuerdo de nuestra fragilidad. De que hoy estamos y mañana no. De que no somos permanentes ni inmortales. Somos peregrinos y debemos andar ligeros de equipaje pues el apego a las cosas materiales, hace más lento nuestro andar.
Las tribulaciones y catástrofes naturales actuales nos recuerdan que el pecado tiene sus consecuencias. No es tan sólo el calentamiento global o un hueco en la capa de ozono, es el fruto vacío y estéril de una vida sin Dios.
Algunos ecologistas creen que el problema del mundo es la superpoblación, pero no, el problema es vivir de espaldas al Señor.
Creen que el mundo va a explotar si traemos más bebés al mundo, pero es al contrario, el mundo se está quedando sin niños por el egoísmo, porque huimos al sacrificio, no queremos entender el ataque del demonio contra la familia.
Dios bendice a las familias numerosas, pero preferimos la esterilidad. Aceptamos el crimen del aborto, celebramos la eutanasia, el adulterio, la pornografía, la ideología del género, el desenfreno sexual y la fornicación.
El problema es la adivinación, el espiritismo, la brujería, el esoterismo, la superstición, atrevernos a poner nuestra vida en unas manos distintas a las de Dios.
El problema es la aceptación del pecado, la falta de arrepentimiento cuando ofendemos a Dios, no reparar nuestras culpas, ni hacer penitencia.
Es también, la falta de caridad y de compasión: nuestro egoísmo.
La persecución al Cristianismo es otro signo de los tiempos. Si escribimos porquerías nos aplauden, pero si mencionamos a Jesús nos persiguen.
Ojalá abramos los ojos. Dios quiere conducirnos hacia Él, quiere agotar su misericordia llamándonos hacia su buen y misericordioso corazón.
Somos un pueblo duro de cerviz. Las almas que deciden evitar el camino angosto, son esas ovejas que se pierden porque deciden apartarse del rebaño.
Leamos estos sacudones de la naturaleza como una oportunidad de poner en orden nuestros corazones y enrutar nuestras vidas.
En vez de salir corriendo a buscar insumos, deberíamos primero correr ante un confesionario para reconciliarnos con el Señor. Un corazón arrepentido Dios nunca lo desprecia. El siempre nos espera con los brazos abiertos.
Estamos viviendo tiempos de angustia e incertidumbre, pero también de gracias infinitas que vienen a los corazones de aquellos que aman a Dios y así pueden vivir la vida sin miedo.
Hay que ver estos golpes con ojos de fe, sin caer en fatalismos ni dejarnos mover por el temor. Ver a Dios en todos los acontecimientos de la historia.
Dios los bendiga y la Virgen los cubra con su manto.
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