Alejandra María Sosa Elízaga
Uno pensaría que esta frase tan desanimada y desanimadora, fue pronunciada por una persona que estaba viviendo una tremenda tragedia o tal vez por un paciente de depresión clínica profunda, pero no. Sorprende saber que la dijo un joven universitario que estaba empezando su carrera, en la plenitud de su existencia. Su maestra le había preguntado qué pensaba de la vida, qué propósito tenía, y respondió que no tenía ninguno, que no esperaba nada, que ‘la vida no tenía sentido’.
A él, como a muchos jóvenes hoy en día, la vida se les va en ir entre semana a estudiar o trabajar en algo que no les interesa, o tal vez ni siquiera poder estudiar o trabajar; intentar divertirse el fin de semana a como dé lugar, tal vez embriagándose o drogándose o teniendo algún encuentro sexual sin compromiso, y vuelta a lo mismo la siguiente semana. Y por supuesto que a todo esto no le encuentran ningún sentido.
Tienen un hondo anhelo en el corazón que no logran saciar, un ansia de no saben qué, quisieran salir de sí mismos y lograr trascender, y a veces algo sucede que por un momento les permite sentirse parte de algo más grande que ellos mismos, por ejemplo, haciendo algo por otros, entregándose como sólo los jóvenes saben hacerlo, con total abnegación y heroísmo, como pasó en el terremoto del año pasado. Pero superada la emergencia, vuelven a lo mismo.
Pensemos en san Agustín. Este gran santo suele ser representado como un anciano obispo de larga barba que sostiene en lo alto un corazón llameante, pero conviene recordar que también fue joven y estuvo, como los jóvenes de ahora, lleno de preguntas y buscando respuestas en los lugares equivocados. Era inquieto y brillante, también vanidoso y mujeriego, pero tenía una gran cualidad: quería encontrar la verdad.
Exploró a fondo todas las filosofías de su tiempo y ninguna lo convenció, a todas les halló ‘peros’, hasta que topó con el cristianismo, y allí encontró no sólo lo que buscaba, sino infinitamente más: se encontró con Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). De ese feliz encuentro, más tarde escribió: “Señor, nos creaste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti”. Por eso aconsejaba a cuantos, como él, andan buscando respuestas donde no llegarían a encontrarlas: “busca lo que buscas, pero no donde lo buscas”, es decir, busca el amor, pero no en encuentros banales, pasajeros; busca la verdad, pero no en las opiniones cambiantes de la gente; busca el sentido de la vida, pero no en el tener, el placer, el poder. En otras palabras, busca el amor en Dios, busca la verdad en Su Palabra y en la doctrina de la Iglesia que Jesús fundó; busca el sentido de la vida, caminándola siempre con Él y hacia Él.
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