Nos encontramos ante un acontecimiento que marca los inicios del siglo XXI, estamos frente a un éxodo migratorio centroamericano que parece nos desborda. Han transcurrido más de 15 días desde que nuestros hermanos y hermanas migrantes, refugiados y desplazados se han puesto en camino huyendo de la guerra impuesta desde hace más de cuatro décadas en esta región del mundo.
Los ataques a la población no son con armas, sino a través de ausencia de políticas de desarrollo real y efectivo, de corrupción, de impunidad, que han dejado cada vez más a las personas en la mayor pobreza, miseria, violencia y falta de oportunidades para poder vivir o tener un buen vivir entre muchas otras más.
Nuestros hermanos y hermanas de Honduras, El Salvador y de las otras nacionalidades que van de camino -sin contar a los mexicanos que desde hace 12 años han huido por causa de la violencia-, son un reflejo de que los modelos económicos, políticos, sociales, culturales y religiosos requieren de un cambio.
Es necesaria nuestra caridad y ¡vaya que se necesita!, pues en estos días de camino hemos visto a un Estado petrificado y con poca actuación política y humana hacia nuestros hermanos y hermanas.
Han sido más las personas, parroquias y grupos humanitarios los que se han desbordado para apoyar al “pobre (que) gritó y el Señor lo escuchó ( cf. Sal 34,7)” que el mismo Estado. La respuesta que se necesita es de protección internacional, de acogida.
Hermanas y hermanos, obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos, laicas, personas de buena voluntad, no basta sólo con dar de comer, no basta sólo con hacer la valla humanitaria y solidaria para que caminen y avancen, es necesario y urgente involucrarnos en la construcción de otro modelo de desarrollo que la realidad nos exige,es imperativo que “amemos como hemos sido amados (Lc 13, 34)”.
Es el momento de implicarnos en una conversión profunda, que volvamos a colocar en el centro la persona de Jesús y la de cada ser humano en quien Dios se manifiesta.
No basta sólo la caridad, no basta sólo el sentimiento, el culto. No bastan sólo las oraciones o los grupos parroquiales, si estos no van acompañados de una sensibilización e involucramiento en que el Reino se construye aquí y ahora. Es ahí donde el Evangelio se vivifica, donde podremos saber qué es una vida plena y digna.
Si el éxodo migratorio -que ha recorrido algunos estados del sur de México y se encamina a la Ciudad de México-, sólo nos deja sentimentalismo o acciones solidarias pero periféricas, sin involucrarnos en la construcción de otro modelo estructural de libertad y desarrollo, habremos perdido la oportunidad del kairos (momento adecuado) de Dios y del llamado de construir el Reino de Dios, aquí y ahora. Ánimo, no estamos solos.
*La Hermana Leticia Gutiérrez Valderrama es religiosa y misionera, fundadora de la organización Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados, que acompaña y protege a los migrantes en su paso por México.
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