Antonio Rodríguez
Por los solitarios pasillos del planetario municipal, dos jóvenes encantados el uno por el otro, no pueden dejar de mirarse. Él está loco por ella, y ella comparte el sentimiento. Al entrar en la sala de proyecciones –donde en el techo se ilumina de estrellas y planetas– la magia ocurre. El galante caballero deja caer un pañuelo, y para sorpresa de ambos, éste desafía la gravedad y comienza a flotar. Ambos se miran extrañados y él, en un arranque de emoción, sostiene a la bella chica por la cintura y, sin mucho esfuerzo, la levanta por los aires; éste la sigue sin vacilar. Comienzan a bailar románticamente entre las nubes: una metáfora clara y sencilla sobre el amor; ¡Sí! porque estar enamorado es como flotar por los cielos.
Él se llama Sebastián, es un jazzista nato, toca el piano con maestría, y está empecinado en abrir su propio club en donde el jazz sea natural y expresivo, como debe ser. Ella es Mía, trabaja como camarera en un restaurante, y pasa sus días entre tazas de café y audiciones para películas, pues sueña con ser actriz. Antes de enamorarse hubo algunos encuentros nada gratos, pero una vez que las circunstancias acomodaron sus caminos, lo demás se dio por sí sólo. Ambos se inspiran mutuamente, él está convenció del talento de ella, y ella, a su vez, no le permite separarse de su meta. Pero como en toda relación, y en la vida en general, lo bueno parece durar muy poco; el tiempo no se detiene, y el destino, así como une, también separa.
La la land, de Damien Chazelle, es el fantástico y enternecedor retrato de una relación amorosa, revestida de coreografías e imágenes que se guardan en la memoria. Chazelle hace un coloridísimo retrato de las relaciones en pareja, y al igual que en Wiplash, su filme anterior, mete a sus personajes en el lugar perfecto, donde ellos quieren estar; les da felicidad auténtica, y después se las arrebata hasta obligarlos a decir “basta”. Al director no le gustan las zonas de confort, y lo vuelve a demostrar en esta cinta.
“Siempre te voy a amar”, se dice en algún momento del filme a manera de promesa. Las profundas miradas en las cuales Chazelle pone énfasis, son el mayor testigo de esto, pues entiende que en cada amor uno pierde una parte de sí, y a pesar de ello, de los corazones lastimados, un sinnúmero de románticos volverían sin dudar a revivir las viejas glorias, aunque sea un instante, sencillamente porque valió la pena cada risa y cada lágrima.
Se puede intentar borrar a alguien de la memoria y suprimir pasajes completos de lo vivido, pero sacarlo del corazón y olvidar cómo se sintió, eso es otra historia. “Brindo por los que sueñan; por más tontos que parezcan; brindo por los corazones que ansían; brindo por el lío que hacemos… brindo por los tontos que sueñan; por más locos que parezcan, brindo por los corazones que se aventuran” … pues ¡Salud!
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