DLF Redacción
Una vez concluida en nuestro país la campaña electoral, y ante los previsibles problemas de último momento en relación con los resultados, es tiempo de confiar en las instituciones y autoridades electorales. Habiéndose expresado en las urnas la ciudadanía, ha llegado la hora del Instituto Nacional Electoral y, en la medida de lo necesario, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Todo aquello que no haya sido lo suficientemente claro será revisado, y todo lo que pudiera afectar drásticamente los resultados finales quedará en manos de los tribunales electorales para su solución. Es la hora de la legalidad y no de la confrontación; es la hora de la madurez como sociedad y del respeto a las instituciones que nos hemos dado para la buena marcha como nación; es la hora de que se pronuncien los responsables del proceso electoral, legalmente constituidos, con la finalidad de conocer con transparencia y seguridad todos los resultados en los distintos cargos públicos.
Por su parte, quienes han estado en esta competencia están llamados a reconocer las tendencias manifestadas por el sufragio popular y sumarse de buena gana al proyecto que habrá de desarrollarse en bien de nuestro país durante los próximos seis años. La grandeza humana se manifiesta en la generosidad con que aceptamos una realidad adversa y la humildad con que reconocemos nuestros propios méritos. No es tiempo de arrogancia de aquellos que han sido elegidos, ni de odios y resentimientos por parte de quienes se han quedado en el camino. En medio de la contienda hubo algunos excesos en las expresiones personales de unos contra otros, pero una vez terminada la competencia electoral, es tiempo de reconocer a los distintos participantes y aceptar del mandato ciudadano expresado de manera democrática.
Recordemos que no puede haber una auténtica democracia sin la participación de distintos proyectos ideológicos representados en los partidos políticos, y por eso la tarea de estas instituciones no termina en las elecciones, sino que continúa en la conformación de los distintos niveles de gobierno. Hoy no hay ganadores absolutos ni perdedores totales. La sociedad quedará representada en las cámaras de Diputados y Senadores mediante aquellos que las distintas fuerzas políticas lograron colocar. Mientras que el Poder Ejecutivo, el Presidente de la República o los gobernadores de los estados se alistan para servir a todos con un sentido de respeto y unidad, los congresos federales y estatales tienen el reto de representar los distintos intereses de la sociedad en su conjunto y tratar de reflejar civilizadamente el pluralismo de la nación. Para los partidos políticos también ha llegado el momento de cerrar el capítulo electoral legalmente realizado y abrir el tiempo del trabajo político en los distintos cargos alcanzados.
En cuanto a la sociedad, estamos llamados a realizar un enorme esfuerzo de reconciliación. Entre los ciudadanos no hay de ninguna manera ni vencedores ni vencidos. No se trata de una guerra para destruir enemigos, ni mucho menos una guerra civil para acabar con los hermanos. Es tiempo de dejar atrás las pasiones partidistas propias de los tiempos electorales; somos el mismo pueblo y todos queremos el bien y el progreso de nuestra patria, y aunque en la sociedad existan diferentes opciones políticas, todos estamos llamados a respetarnos y ayudarnos para ser una mejor sociedad.
La división generada por la contienda no puede tener consistencia en la vida diaria. La sociedad civil, es decir, los ciudadanos organizados y la sociedad en general, es lo suficientemente madura para salir de las trampas ideológicas y trabajar todos por el bien común. Una confrontación permanente sólo nos llevaría a una inestabilidad permanente. Cerrado el capítulo electoral, pues, se abre el tiempo de la concordia y la búsqueda de la justicia en procesos de paz.
Como ha ocurrido en otros procesos electorales, la Iglesia también está lista para ejercer un papel importante en la sociedad como punto de encuentro y armonía, así como buscar la justicia y la legalidad sin sacrificar la paz. La jerarquía está abierta al diálogo con todas las autoridades legítimas y con las instituciones, a fin de ser un factor de entendimiento en medio de conflictos y un punto de presión en orden a la legalidad. Los creyentes, por su parte, saben bien que la división jamás viene de Dios, y menos por motivos políticos, y de la importancia de sumar fortalezas y compromisos en busca del bien común, de un mejor país.
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