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Hablemos de superación personal

Dulce María Fernández G.S.

Como dice el título: “Hablemos de superación personal”. Pero de esa que se consigue para toda la vida y que no tiene nada que ver con el dinero, ni la fama, ni las pertenencias, ni la apariencia, ni el género, ni la posición social. Se trata de una superación totalmente diferente, invaluable, personal. No se compra ni se vende. No se cambia por ningún otro bien perecedero ni por nada material.

Quien decide emprender el camino de esta superación, encuentra una alegría y regocijo de esos que sólo se pueden llevar en el corazón. Y tiene una característica: hace que la persona que decide superarse, logre tener sentido del humor. ¡Es increíble!

A lo largo de la historia tenemos a grandes hombres y mujeres que nos han dado ejemplo de esa superación personal, y ellos han cambiado el mundo. Han sido luces que iluminaron en su tiempo al resto de la humanidad, a su entorno social y a su familia. Lo mismo ha habido inventores, reyes, políticos, filósofos, labradores, carpinteros, maestros, enfermeras, esposos, militares, madres de familia, oficinistas, médicos, albañiles, comerciantes, y poetas, que religiosos, laicos, sacerdotes, abuelos, abuelas, monjitas, vecinos del barrio, ¡hasta criminales arrepentidos! Hombres y mujeres de todas las razas y todos los continentes. Algunos fueron convertidos de hace siglos y otros son conversos más recientes. No todos sabían leer y escribir, y su posición social, ya fueran ricos o pobres, no les impidió superarse. Tuvieron defectos y muchas caídas. Eran personas que tenían muchas limitaciones provocadas por el pecado. Aun así, siguieron adelante.   Lo que los distinguió es la constancia y la perseverancia en el esfuerzo necesario para la superación personal, y el telón de fondo común a todos ellos se llama “santidad”. Todos ellos son totalmente diferentes entre sí. No están cortados por el mismo patrón. No obstante, todos son santos, aunque no lo creamos.

Y es verdad, aunque suene muy extraño, la santidad no implica que el esfuerzo de superación personal, acompañada de la gracia de Dios porque de otra manera no podríamos,  suba a los altares a todos. Y eso es lo que más nos debe motivar; no es necesario que al morir nos llamen santos. Lo realmente importante es que la santidad apremia porque es un llamado que viene de Dios. La santidad es un acto de libertad en respuesta a lo que  nos pide Dios. Debe ser en nosotros una aspiración, un deseo, un anhelo.

Por cierto, si experimentamos un vacío en el corazón, un hartazgo de las cosas materiales que nunca son suficientes para darnos paz, una actitud personal negativa o tóxica, una relación familiar que no nos gusta, es momento de preguntarse: ¿Qué hay en el libro de mi vida? ¿Doy algo al mundo? ¿Dejo huella en mi familia, en el trabajo, en mi vida personal? En la memoria histórica del mundo, se conserva la de aquellos que han dejado huella, y los santos son los que más huella han dejado. ¿Qué huella quieres dejar tú?

Sólo nos topamos con un problema: el tiempo apremia. O empezamos hoy o mañana puede ser tarde, pues Dios nos tiene paciencia, pero no podemos abusar. Tenemos que encontrar nuestro propio camino y sacar lo mejor de uno mismo desde ahora.

Yo debo vivir mi propio camino de santidad. Para ello, nada mejor que dejar que  Dios irrumpa en mi vida, pues hay tantos caminos como personas hay en el mundo, y a través de la oración y la intimidad con Dios, debo encontrar el mío. Debo incrementar mi vida interior, que es la que el alma lleva con Dios dentro.

Hay que dar pequeños pasos, porque implica un combate espiritual cada día, sin darnos por vencidos ni desanimarnos a pesar de todas las caídas. El triunfo es para los que se esfuerzan en el camino de la perfección. Por eso no estoy solo, y aunque vengan desafíos mayores, Dios actúa con su gracia en la adversidad. No debo tener miedo.  Debo buscar hacer lo ordinario extraordinariamente bien. Esa actitud forja campeones, también en la vida del espíritu.

Resumiendo: si quiero ser feliz, tengo que ser santo, que no es otra cosa que la búsqueda de la plenitud que tiene todo ser humano. No somos productos terminados. Tenemos que buscar la propia superación. No puedo dejar pasar el tiempo sin buscar el sentido de mi vida, mi misión. Debo pensar en lo sustancial para encontrar ese sentido.

Estoy jugándome el partido de mi vida. No puedo quedarme en la banca. Tengo que superarme para ser la mejor versión de mí mismo, y para eso tengo que saltar a la cancha. Mi superación personal empieza hoy.


En esta superación personal no estoy solo, y aunque vengan desafíos mayores, Dios actúa con su gracia en la adversidad.

 


 

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