Dulce María Fernández G.S.
La semana pasada hablamos sobre la superación personal, y descubrimos que no hay una superación más importante que la “santidad”. No importa si creemos o no en Dios. Él si cree en nosotros, y por eso nos apoya enviando al Espíritu Santo para que todos cumplamos –si decidimos hacerlo– con la misión que tenemos encomendada. Por cierto, ¿has descubierto ya tu propia misión en la tierra, tu muy particular camino de santidad?
Descubrirlo es necesario para recorrerlo, ya que Dios Nuestro Padre tiene este proyecto: que encarnemos el Evangelio en este momento determinado de la historia. Puede suponer que debemos reproducir en nuestra propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor.
Pero, ¿cómo podemos encuadrar todo de cara a la superación personal para ser santos? La santidad no es otra cosa que la búsqueda de plenitud que tiene el ser humano.
Tenemos dos dimensiones: la espiritual y la material. ¿Qué pasa con el que no busca satisfacer sus anhelos espirituales? Se queda con un vacío, porque el espíritu sólo se sacia con aquello que le da plenitud, y por eso busca a Dios, su creador. NADA del mundo nos llena porque la única plenitud es Dios. Mientras a nuestro espíritu no le demos el alimento que le sacia, no seremos felices. Lo material desajusta el espíritu, porque la aspiración de lo inmanente no se sacia con ello. Tenemos sed de Dios. Platón decía que “el cuerpo es la cárcel del alma”. Es así que tenemos que ser espirituales en un mundo terrenal. Todo lo terrenal termina en el tiempo, pero lo espiritual dura para siempre.
Por lo mismo, si queremos superarnos y llegar a ser santos, debemos de tomar en cuenta que:
–La santidad se vive por la estatura que Cristo influye en mí.
–Estamos llamados a dar frutos.
–No hay un santo egoísta.
–La santidad se hace a base de pequeñas acciones y decisiones.
–Continuamente debemos preguntarle a Dios e invocar al Espíritu Santo para no desviarnos del camino.
–La santidad está abierta al otro.
–Un santo no se puede quedar callado, pues la fe no se vive puertas adentro. Hay que dar testimonio.
–El tolerante aguanta, el humano respeta y el santo AMA.
–La santidad implica el empeño por construir el Reino de Dios.
–La santidad supone apostolado. No hay que amar en silencio.
–La santidad requiere no buscarse a sí mismo. Tener a Cristo es vivir en donación.
–Identificarse con Cristo es buscar también a la oveja perdida.
–La santidad se mide por el bien que de ti emana para salvar a otros. Nadie llega solo al cielo.
–La presencia de Dios purifica, y así el alma se vuelve instrumento puro para cumplir la misión que Dios me tiene asignada.
Como vemos, ejercicios de esa superación personal que llamamos santidad, tenemos muchos. Ahora toca a cada uno de nosotros trabajar en todos, como en las rutinas del gimnasio, pero reforzando las áreas que más necesitamos fortalecer. Nuestro coach es Cristo. Hay que consultarlo continuamente y hacer lo que Él nos diga, con la plena certeza de que sus “rutinas” nos harán superarnos cada día de nuestras vidas.
“No tengas miedo de la santidad, porque llegarás a ser lo que Dios tenía pensado para ti. El secreto es serle fiel y practicar todos los días la superación que la santidad requiere”.
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¡Ojalá la leas!
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