Diana Martínez Ibarra
La virtud que más admiro de las personas es la sencillez; sencillamente, valga la redundancia, porque por más que lo intento, yo no la consigo. Soy más bien complicada. “¿Para qué te complicas?”, es de las frases que más me dicen, y la verdad es que sí me la complico.
En mis crisis más fuertes no salgo de las preguntas: “¿Por qué no pasa tal? ¿Por qué no tengo tal? ¿Por qué no puedo saber? ¿Por qué no puedo controlar? ¿Por qué no puedo ser? Estas preguntas, muchas, muchas veces sin respuesta, me han llevado a la desesperación, a la tristeza, al coraje o al enojo. Al final, me quedo con la pregunta sin respuesta y con un rencor añadido.
Y es precisamente en ese momento cuando alcanzo a reconocer que por más que piense, reflexione y analice, yo no voy a encontrar sola la solución, porque simplemente soy creatura limitada y no todo lo sé, no todo lo puedo.
Cuando la gracia de Dios obra y puedo llegar a mi nivel más bajo, más vulnerable, finalmente más sencillo, ahí aparece la Virgen. Esa mujer sencilla que dijo el “Sí” más importante de la historia de la humanidad, sin preguntar por qué. Amó y no preguntó por qué tenía que morir el Hijo de Dios de esa manera. Esa misma mujer es nuestra Madre, que de manera incondicional nos ama, protege y apoya del modo más sencillo, pero también más poderoso.
Recientemente tuve una experiencia con ella que nunca voy a olvidar. Me encontraba en un retiro y escuché la canción “Con María sí” de Betsaida, que para quien no la ha escuchado dice algo así como: “Sí, acepto Madre, sí; tomar tu mano, sí. Subir el monte, besar la cruz, morir con Cristo. Sí, aunque es de noche, sí; si te estoy mirando, acepto Madre, morir por ellos, sembrar el mundo si voy contigo…”.
Estaba a punto de entrar a una oración con la que, con la gracia de Dios, buscaba perdonar a una persona. Ya lo había intentado, lo había reflexionado y buscado sin lograr nada. Pero esta vez dije: “Con María sí lo voy a poder hacer, lo voy a poder perdonar con su intercesión”. Lo que pasó en esa oración fue un verdadero milagro, pues de su mano dejé que Dios obrara en mí y pudiera finalmente perdonar.
Esta manera sencilla, pero siempre fiel y poderosa, con la que actúa la Virgen, debe ser hoy en México nuestra gran fortaleza.
En la vida familiar, en el Matrimonio, con los hijos, muchas veces podemos encontrarnos con preguntas y con angustias que no podemos resolver. A veces también nos equivocamos y no damos o no somos todo lo que quisiéramos ser. La verdad es que esto es tan natural como la familia y el Matrimonio mismo, las relaciones pueden convertirse en un verdadero problema cuando no alcanzamos a reconocer nuestra limitación y no logramos abrir nuestro corazón a Dios y a María para que lo llenen de amor.
En nuestra historia, la Virgen de Guadalupe ha estado presente. Conocemos que Miguel Hidalgo tomó su imagen como estandarte, no porque no existiera otro pedazo de tela, sino porque es ella quien realmente nos protege.
Este 12 de diciembre los invito a que en familia ofrezcamos flores a nuestra Madre, pero también a que tomemos nuestros problemas y, abriendo nuestras manos, se los mostremos a ella y le digamos: “Contigo puedo, contigo voy”. Les aseguro que cuando le pedimos algo, ella siempre, siempre, SIEMPRE actúa.
Los problemas contra la familia nos acechan, pero, ¿qué pasaría si nos decidiéramos de una vez por todas a dejarle nuestros problemas, nuestras angustias, nuestras vidas, nuestras familias y nuestro país en sus manos? Estoy segura que estaríamos mejor, que seríamos más libres y más felices, pues sin duda nos llevaría a hacer y ser lo que Dios quiere que seamos.
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