Mons. Salvador Martínez
Desde el siglo sexto antes de Cristo el pueblo hebreo estuvo bajo el dominio de las grades potencias de la época. En primer lugar, bajo el dominio de los Babilonios; a estos les sucedió el imperio de los Medos y Persas, el cual fue derrotado por Alejandro Magno a finales del siglo cuarto, todavía antes de Cristo. Una vez muerto Alejandro Magno, la región de Palestina fue disputada por el reino Seleucida con sede en Antioquía y el reino Ptolemáico con sede en Alejandría. Los linajes judíos de la casa de David perdieron todo poder desde la caída de Jerusalén en el siglo sexto. El retorno del destierro en Babilonia fue liderado por los clanes sacerdotales, sin embargo, para el siglo segundo antes de Cristo el linaje sacerdotal también había venido a menos. Un breve tiempo los judíos tuvieron cierta autonomía de los Seleucidas, apoyados por los romanos, a esta época se le conoce como el tiempo de los Asmoneos. Por azares y Providencia, Mariamne, la última descendiente de los Asmoneos se casó con Herodes que era Idumeo, por lo tanto, no judío, pero él se hizo con la corona de los Judíos, todavía apoyados por los romanos. En torno a Jerusalén había muchos pugnando por derrocar a Herodes, y éste desarrolló tal delirio de persecución que se convirtió en un hombre muy sanguinario. Se conjetura que mandó matar a su propia madre, y es muy cierto que mandó matar a dos de sus hijos mayores. El pueblo judío vivía sometido a los gobernantes extranjeros, pero no era muy dócil, en cuento era posible había revueltas animadas por las esperanzas mesiánicas. Es decir que más de un individuo se autoproclamó mesías y tuvo buen número de seguidores violentos que organizaban levantamientos armados, pero ninguno de ellos fue exitoso.
En estas circunstancias, con Herodes de una parte y un pueblo levantisco por el otro, nació Jesús. Es obvio que la noticia del nacimiento de un nuevo mesías provocó en el círculo de poder de Herodes nuevas inquietudes y, rápidos como eran para sacar las espadas, se organizara una expedición de exterminio antes de que aquello tomara forma. Con esta parte del relato, el evangelista nos hace ver que Jesús vino al mundo real, más aun desde el principio de su vida los poderes de este mundo se oponen y lo persiguen, pero aun estas persecuciones hacen que se cumplieran las profecías pues la huida a Egipto tiene como consecuencia el cumplimiento de la profecía: “desde Egipto llamé a mi Hijo”.
La otra parte del relato, aquella que hace referencia al grupo de magos venidos de oriente, tiene el propósito de acentuar el contraste en la búsqueda y rechazo de la salvación. Mientras los propios judíos se aprestan para matar a su mesías, los paganos buscan encontrarlo, y una vez encontrado lo reconocen como Dios y rey. Ellos nos representan a todos los que no teniendo ancestros judíos somos llamados a lo largo de la historia.
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