Mons. Salvador Martínez
En este domingo daremos una vista de conjunto a propósito del ministerio de Jesús en Jerusalén dentro del Evangelio de San Mateo y profundizaremos sobre el sentido de la conversión dentro del contexto de la relación con Dios.
El cuerpo del Evangelio de san Mateo está compuesto por cinco partes, las cuales constan de dos secciones cada una. Lo que leemos el día de hoy se encuentra en la sección narrativa de la quinta parte y abarca los capítulos 19 al 23 del Evangelio de san Mateo. Como podemos apreciar, es una sección que contiene bastantes pasajes y enseñanzas del Señor. Desde el punto de vista geográfico, esta sección abarca el camino de Jesús hacia Jerusalén (Mt 19,1-20,34) y el ministerio en Jerusalén misma (Mt 21,1-23,39). La parábola de los dos hijos ya forma parte de las acciones que llevó a cabo dentro de Jerusalén.
Desde el punto de vista temático esta parte del Evangelio contiene bastantes juicios en forma de pequeños episodios desafortunados como el encuentro con el joven rico (Mt 19,16-22), la petición de la madre de los hijos de Zebedeo que provocó el enojo de los demás (Mt 20,20-23), la expulsión de los vendedores del Templo de Jerusalén (Mt 21,12-17), las controversias con las autoridades del Templo (Mt 21,23-27).
Otros juicios son presentados como discursos que profundizan los encuentros desafortunados, como el discurso sobre el peligro de las riquezas (Mt 19,23-26), el discurso sobre la actitud de los jefes de este mundo en contraste con la actitud de los jefes de la comunidad (Mt 20,24-28), etc… y también Jesús pronuncia algunos juicios por medio de parábolas como la de los trabajadores de la viña (Mt 20,1-16), la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46), la parábola del banquete nupcial desairado por los invitados (Mt 22,1-14).
La parábola de los dos hijos, que leemos hoy, forma parte de este tercer grupo de juicios realizados por Jesús contra Jerusalén o bien contra sus autoridades incrédulas. La comparación de los dos hijos toca un tema de juicio bastante frecuente en esta sección del Evangelio, a saber, la religiosidad hipócrita, aquella que con los labios alababa a Dios y enseñaba a otros a ser fieles al cumplimiento de la Ley de Moisés, pero que aplicaba para sí mismo otros criterios.
La hipocresía era uno de los temas que encontramos también en la predicación de Juan Bautista, específicamente cuando predicaba contra los escribas y fariseos. “¡Raza de víboras! quién les ha enseñado a escapar de la ira venidera. Den más bien frutos de conversión” (Mt 3,7-9) Incluso en nuestra lectura de hoy Jesús recrimina a sus oyentes el poco caso que habían hecho al Bautista. En cambio, las prostitutas y los publicanos sí habían tomado en serio dicha predicación y habían iniciado esfuerzos por convertirse.
La religión es una práctica que tiene por objeto beneficiarnos a nosotros no a Dios, Dios no necesita de nuestras buenas obras ni lo hacemos menos al obrar el mal. Por este motivo Jesús luchó tanto por convencer a sus contemporáneos de que no bastaba con los discursos, eran las obras buenas las que hacen feliz y permiten al ser humano abrirse al Reino de Dios.
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