Mons. Salvador Martínez
Dentro del capítulo 18 del Evangelio de san Mateo, conocido como el Discurso Eclesiástico, abordamos el día de hoy el tema del perdón de las deudas o las culpas.
Tanto Nuestro Señor Jesucristo como Pedro están de acuerdo en que la actitud más sana con respecto a las ofensas recibidas es la del perdón. Esto va más allá de una actitud voluntarista que supondría que en cuanto me proponga perdonar ya no sentiré ningún rencor u odio por la persona que me agredió. Pero si esto fuera así, el tema del perdón nunca sería un problema.
La realidad nos dice que la voluntad de perdonar es a la recuperación de la paz interior, lo que la primera visita al doctor es a la curación de un hueso roto ¿Cuánto tarda una persona en sanar interiormente? El tiempo puede variar, hay que tomar la medicina que es la orientación a perdonar, la voluntad de perdonar y la oración pidiendo la gracia del perdón, hasta que el dolor (odio, rencor, vergüenza, etc…) y la herida, sean sanadas.
Por eso Nuestro Señor no acepta el término de siete veces. Lo eleva al infinito: esto es no solamente la totalidad de las veces sino también la totalidad de las gravedades de ofensas, la totalidad de personas y situaciones. Pero Jesús al añadir la parábola del hombre perdonado de su deuda pone el dedo en la llaga del asunto del perdón. El verdadero problema no radica en el dolor en sí, en la deuda en sí. No es la necesidad de ser perdonado o la importancia de otorgar el perdón el único y principal problema. Más al fondo está la consideración de sí mismo como alguien que puede ser objeto del perdón, para que, por consecuencia, se vuelva en agente del perdón.
En la parábola el hombre que debía mucho y no podía pagar, naturalmente, suplicó al señor que le tuviera paciencia. No suplicó la condonación sino paciencia. En cambio, recibió más de lo que pidió. El señor le perdonó la totalidad.
Asimilar que a uno le otorguen algo de forma gratuita parece fácil pero, en realidad, según nos lo presenta la parábola, no lo es. El hombre fue objetiva y formalmente perdonado, pero esto no se convirtió en una experiencia interior de descargo, de libertad total, no. Por el contrario, el agobio lo lleva a exigir el pago de una deuda muy inferior a la que le había sido condonada. ¿Qué nos muestra esto? Que en realidad el asunto del perdón también supone la correcta experiencia de ser perdonado gratuitamente.
No es problema de tamaño de las faltas o las ofensas, es más bien asunto relacionado con el hecho de saber dar y recibir más allá de la contraprestación. Me pueden dar lo que no merezco, y lo mejor es que lo acepte de corazón. Puedo dar a otro, lo que sea, sin exigir ni siquiera un gracias. Esto me introduce en la verdadera dinámica de la misericordia.
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