Mons. Salvador Martínez
Este domingo comentaremos la relación entre la persona de san Juan Bautista, su testimonio y la persona de Jesucristo. Concluiremos el comentario con una reflexión sobre el tercer domingo de Adviento.
En los breves fragmentos que leemos este día del Evangelio de san Juan, encontramos muchas afirmaciones que nos revelan la gran fuerza que tuvo entre el pueblo hebreo el ministerio de Juan Bautista, al grado de haberse necesitado varias explicaciones para ubicarlo en su relación con Dios en la persona de Jesucristo.
Comencemos con el testimonio de Juan Bautista: el Evangelio nos dice que confesó y no negó ¿A qué se refiere? El sentido positivo con que Juan se definió a sí mismo es “la voz que clama en el desierto…”, fundamentalmente un predicador a orillas del río Jordán que llamaba a la población a convertirse de sus pecados y que acompañaba el arrepentimiento con el rito del bautismo. Más insistente fue el Bautista en negar quién no era: negó ser el mesías, también negó ser Elías o el profeta. Para justificar su actividad declaró que detrás de él venía el verdadero rescatador del pueblo, conforme a la antigua tradición, por la que el rescatador de una viuda tomaba la sandalia de aquel que rechazaba cumplir con su misión (Cfr. Rut 4,7). En este caso la frase dicha por Juan “yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” indica que no pretendería usurpar al mesías su función redentora.
El evangelista, por su parte, confirma que Juan Bautista no era la Luz, sino testigo de la Luz. Y es aquí donde podemos comenzar a hablar de lo que este pasaje nos afirma sobre el mesías. En primer lugar resalta que Jesús viene a ser el mesías esperado, el pueblo y sus autoridades estaban atentos a cualquier señal y en particular el testimonio y la actividad de Juan habían suscitado fuertes expectativas de que él fuera el mesías. Jesús apareció después de Juan para fungir como el redentor, el novio o esposo del pueblo conforme nos lo dice el mismo Evangelio por labios del Bautista (cfr. Jn 3,29). Pero la identidad de Jesús es mucho más profunda que meramente humana. El evangelista nos dice que se trata de la Luz, el Verbo eterno del Padre.
Así pues, al llegar a este tercer domingo de Tiempo Ordinario, ciertamente tenemos presente al Bautista pero él mismo dirige nuestra mirada hacia el Señor, el pequeño que nacerá en Belén y que es nuestro redentor. Desde el punto de vista meramente litúrgico, este tercer domingo es peculiar porque en la antífona de entrada se invita al pueblo a “alegrarse” y la antífona que repite el pueblo también dice: “mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador”. El mismo color de las vestimentas, se sugiere que sea rosa, como una atenuación del morado, color propio de este tiempo. Después del llamado penitencial, se nos va llevando a centrar nuestra mirada en Jesucristo ¿Quién fue en realidad? No solamente un hombre bueno, no solamente un hombre que realizaba señales prodigiosas.
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