Para esta fiesta de la Sagrada Familia nos detendremos a explicar el sentido de pureza e impureza cultual. Después nos detendremos a considerar la vinculación del nombre, el rito de circuncisión y las profecías sobre el destino del hijo de María y José.
El relato de la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén que leemos hoy, proviene del Evangelio de San Lucas. El episodio de la presentación de Jesús en el Templo es el penúltimo de los relatos de la infancia, e inicia con la expresión: “Cuando se cumplieron los días de su purificación…”. El sentido de puro e impuro suele manejarse principalmente en el plano de la moralidad y hace referencia a la bienaventuranza: “Dichosos los puros de corazón…”. En este sentido de pureza nos manejamos en el campo de los pensamientos o las intenciones relacionadas con la sexualidad y/o de la integridad. Por ejemplo, el que un hombre mire a una mujer con deseos sexuales se considera impuro; el que un hombre diga cosas agradables a otra persona ocultando intenciones perversas también suele catalogarse como intenciones impuras. Pero en el Antiguo Testamento, sobre todo en el libro del Levítico, la pureza y la impureza se aplican de un modo diverso. Como antecedente para hablar de lo puro y lo impuro en el campo cultual, es decir de las relaciones entre Dios y los hombres, a través de los actos religiosos, es necesario considerar que el ámbito divino se distingue radicalmente del ámbito o estatus humano. Por medio de los ritos religiosos, o también llamados ritos de culto, las personas entran por un cierto tiempo en el ámbito de la divinidad. Una vez terminada esta acción, para regresar correctamente al ámbito humano, es necesario “purificar” a las personas y a las cosas. Los hebreos consideran que muchos actos de la vida de los seres humanos tocan el ámbito de la divinidad, por ello son necesarios actos de “purificación”. El acontecimiento importante, como es el dar a luz o nacer, toca lo divino, puesto que la Escritura dice: “Dios le sopló su aliento para que tuviera vida”, así pues, tanto para la mujer como para su hijo se preveía un tiempo de cuarenta días para purificarse; es decir, pasar del ámbito del misterio divino, que es dar vida. En particular, el hijo primogénito era considerado como algo perteneciente a Dios y debía realizarse un sacrificio de rescate (Lv 12,2-4; Ex 13,2). El texto que leemos hoy también nos habla de que Jesús fue circuncidado al octavo día y se le puso por nombre Jesús. La circuncisión es el rito de iniciación para la pertenencia al pueblo de Dios, como lo vemos en el mandato que le dio Dios a Abraham (cfr. Gn 17,12-13). El nombre indica en muchos casos, dentro de la tradición bíblica, aquello que caracteriza la relación o misión dada por Dios a un ser humano. Jesús quiere decir “Dios salva”, o bien “Dios vence”, esto es precisamente lo que profetizó Simeón en el texto que leemos hoy, a saber: “Éste está destinado para caída y elevación de muchos en Israel y como signo de contradicción, -a ti misma una espada te atravesará el alma-, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos en Israel” (Lc 2,33-35). Llama la atención cómo el anciano sacerdote vincula el caminar del Mesías con el de su Madre, en lo que respecta a su sufrimiento. La profecía de Ana hija de Fanuel confirma que el destino de Jesús era ser redentor de Jerusalén.
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