“Si lo puedes aguantar, lo puedes lograr”
–¿Tú crees que Dios hizo las estrellas, Phil? –pregunta un náufrago a otro mientras observa el cielo– Si, así es –responde el otro con un hilo de voz–. ¿Y crees que hay una clase de “Gran Plan”? ¿Por qué sobrevivimos nosotros y no los otros? ¿Por qué estamos aquí ahora? –Hay un plan –responde serenamente Phil– Tienes que vivir lo mejor que puedas. Tratas de divertirte un poco en el camino y un día se termina, despiertas y hay un ángel sentado en el borde de tu cama, el ángel dice: ‘De acuerdo, haz todas esas preguntas tontas que quieras hacer, porque tengo todas las respuestas. –¿Eso es lo que crees? –¡Sí, eso es lo que creo!
Al día siguiente, en medio de una terrible tormenta, uno de ellos comienza a rezar el Padrenuestro, pero no puede terminar sus oraciones; la violencia del mar, el frío, el miedo y el temblor de sus labios impiden que termine una frase. El otro habla directamente a Dios mirando al cielo, mientras con sus manos se aferra a las cuerdas de su balsa –Si me ayudas –le dice– te juro que te dedicaré toda mi vida, haré todo lo que quieras, por favor–. Pero el mar no deja de agitarse.
Los que se encuentran en la balsa son tres jóvenes militares que naufragan en el mar después de que su avión, en una misión de rescate, terminó hundido debido a las averías sufridas en el combate. Los jóvenes llevan varios días sin comida ni bebida, enfrentándose al sol o a la lluvia, y por supuesto, a la desesperanza, pero lo peor está por venir. Más tarde, al ser topados por un buque de carga extranjero, sus esperanzas de sobrevivir se vuelven casi nulas.
Los jóvenes son aprehendidos por el Ejército Japonés. Uno de ellos es Louis Zamperini, un medallista olímpico norteamericano de ascendencia italiana; de joven había sido objeto de todo tipo de abusos en la escuela por ser inmigrante, pero hizo caso a los consejos de su hermano y decidió integrarse al equipo de velocistas del colegio. Para las olimpiadas de 1936, Zamperini estaba listo para romper todos los records establecidos. O al menos eso es lo que recuerda el protagonista una vez que ha sido presa de los japoneses, quienes deciden no matarlo al saber que se trata de una estrella olímpica. Si bien la muerte no es un opción para sus captores, la tortura física y mental sí lo es. Ahí comienza lo que parece ser la respuesta a las súplicas del velocista en medio del mar.
“La luz siempre seguirá a la oscuridad –se dice en algún momento–. La oscuridad absoluta no existe, y si la hay, no dura para siempre, porque cuando estamos en el piso no nos queda más que tomar aire y levantarnos de nuevo, una y otra vez, sencillo no es, pero, ¿quien dijo que la gloria se logra fácilmente?
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