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Cine: El festín de Babette

“En este hermoso mundo todo es posible”

 

Antonio Rodríguez

Ha viajado sola y triste, casi muerta en vida. Esta solitaria mujer de cabello rojo ha perdido todo en la guerra: su hijo y su esposo fueron abatidos, y aunque ella logró salvarse, preferiría haber caído muerta, pues al final de cuentas, perdió todo. Ahora camina bajo una fuerte tormenta, por las enlodadas callejuelas de un pueblo perdido en Dinamarca, huyendo de la represión francesa. Busca una dirección; le han dicho que ahí puede llegar sin temor a ser expulsada, juzgada o ignorada.

Tras tocar la puerta de una casa, la casi desfallecida Babette es recibida por un par de hermanas de edad avanzada, quienes al verla en tan mal estado la invitan a pasar. Su fatiga es tal que cae desmallada. Entre sus pertenencias lleva una carta, se trata de la recomendación de un amigo en común, y antiguo amor de una de las ancianas. En la misiva, éste les relata lo que le ha sucedió a la joven, y les suplica que le den asilo.

Las dos hermanas han permanecido por mucho tiempo en ese lejano lugar, educadas bajo la estricta batuta de su padre, el reverendo del pueblo. Durante su juventud, ambas mujeres desecharon la oportunidad de formar una familia o de conocer otros lugares, aferrándose a su pueblo y a Dios. Babette, al ser aceptada, aprende las costumbres de sus protectoras: cocina, lava y limpia.

Un buen día, después de muchos años, se entera de que ha ganado la lotería en su natal Francia, lo que le abre la posibilidad de volver a su tierra; para sorpresa de todos, Babette decide hacer otra casa, la cual resulta para muchos una locura.  

Nos dice el Papa Francisco sobre este film: “Puesto que estamos hechos para amar, sabemos que no hay mayor alegría que un bien compartido: ‘Da y recibe, disfruta de ello’ (Si 14,16). Las alegrías más intensas de la vida brotan cuando se puede provocar la felicidad de los demás, en un anticipo del cielo. Cabe recordar la feliz escena del film La fiesta de Babette, donde la generosa cocinera recibe un abrazo agradecido y un elogio: ‘¡Cómo deleitarás a los ángeles!’. Es dulce y reconfortante la alegría de provocar deleite en los demás, de verlos disfrutar. Ese gozo, efecto del amor fraterno, no es el de la vanidad de quien se mira a sí mismo, sino el del amante que se complace en el bien del ser amado, que se derrama en el otro y se vuelve fecundo en él”.

Dar por vanidad, despecho, lástima u obligación, no cuenta; se debe dar para provocar la alegría de nuestros seres queridos; al mismo tiempo, también hay que valorar aquello que se tiene, y sobre todo lo que uno se ha ganado, sea poco o mucho, pero es nuestro. El festín de Babette invita a lo anterior, pero también a reflexionar, a dar gracias a Dios y a nosotros mismos, a la gente que está en nuestro camino, porque nadie en absoluto logra las cosas solo.   

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