Alejandra María Sosa Elízaga
Niños bautizados, que hicieron su Primera Comunión, incluso su Confirmación, crecen, entran a prepa, luego a la universidad y abandonan la fe. ¿Por qué? Porque les queda chica. Olvidan lo poco aprendido en el catecismo, y como en casa no oraban ni leían la Biblia, nunca tuvieron una relación personal con Jesús. Su idea de religión es la de la piedad popular de su abuelita, con su imagen de san Juditas y sus veladoras; los rezos interminables en los velorios; el aburrimiento en Misa. Sus estudios los llevan a pensar que la ciencia es lo único que cuenta, y la encuentran incompatible con la fe; nadie les explica que son complementarias, y que el método científico no basta para conocer la realidad, que existen muchas cosas que no se pueden ver, medir o reproducir a voluntad, como el amor, el gozo, la amistad.
En ciertos ambientes estudiantiles ser católico es como decir: ‘me saqué el cerebro, no tengo nada en la cabeza’.
Que los jóvenes pierdan la fe es muy preocupante, y se han intentado fallidas soluciones. Por ej: catecismos juveniles, en los que sobran ‘dinámicas de grupo’ y ‘juegos de integración’, pero falta sustancia. Sin tomar en cuenta que a los jóvenes en la escuela les dejan leer textos densos y son capaces de entenderlos, les ofrecen lecturas simplonas que no responden a sus hondas interrogantes. No los invitan a leer a Doctores de la Iglesia, a explorar a fondo la Sagrada Escritura en su inagotable riqueza, a hallar en su sabiduría todas las respuestas.
Otros intentan atraer a los jóvenes convirtiendo la Misa en espectáculo, con proyecciones en ‘power point’, Evangelio ‘actuado’, música de grupos de rock. Distorsionan el sentido de asistir a la iglesia. No es un lugar de entretenimiento, si lo fuera no podría competir con los que hay afuera. Es un espacio sagrado, un sitio como no hay otro, de silencio y de paz, para encontrarse con Dios. Los jóvenes no necesitan que la liturgia se convierta en show, necesitan simplemente entenderla, captar su sentido de trascendencia. Ellos, que están ávidos de pertenecer, de sentirse parte de algo más grande que ellos, pueden saciar allí esa honda necesidad.
Cada vez más jóvenes se declaran ateos o agnósticos o dicen: ‘soy espiritual, pero no religioso’, ‘creo en Dios, pero no en la Iglesia’, ‘Cristo está bien, pero no la religión organizada’. Pero afirmar eso es una incongruencia, pues Jesús fundó una Iglesia, la Católica, no como la ven algunos, como una institución caduca y opresora, sino todo lo contrario, para facilitarnos tener un encuentro íntimo con Él; contar con una autoridad confiable que nos ayude a interpretar la Palabra de Dios y nos guíe a la verdad; darnos los medios necesarios para ser felices y alcanzar la santidad. Y para ello no hay que bajar las exigencias ni diluir la doctrina; los buenos alumnos no prefieren al profesor ‘barco’, sino al que los reta a superarse.
Los jóvenes que dejan la fe buscan llenar el hueco en su alma con lo que no puede colmarlo. Urge ayudarles a toparse cara a cara con Jesús y descubrir en Él a su mejor Maestro, a su mejor Amigo, a su definitivo Señor y Salvador.
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