Alejandra María Sosa Elízaga
No sé qué nos pasó. Tal vez nos confiamos. Pensamos que basta con enseñar a los niños lo más básico, antes de su Primera Comunión, y después nos despreocupamos.
Y cuando se vuelven adolescentes inquietos, ansiosos de ser como sus amigos, no tienen como Amigo a Jesús. Y cuando entran a la universidad, llenos de preguntas y ávidos de adquirir conocimientos profundos, no están acostumbrados a hallar respuestas en la Palabra, ni familiarizados con la genial hondura de los santos doctores de la Iglesia. Y cuando se casan y formar su familia, no le enseñan a orar ni a ir a Misa, porque ellos mismos perdieron la costumbre, y si una pareja de hermanos separados toca a su puerta para decirles un montón de mentiras sobre la fe católica, les creen.
En redes sociales hay testimonios de ex-católicos vueltos ateos, agnósticos o miembros de denominaciones protestantes. Casi sin excepción, reconocen que en su casa no se hablaba de religión ni se rezaba, no se leía la Biblia, nunca entendieron para que ir a Misa, no sabían que podían encontrarse con Jesús o tener una relación personal con Él. Se fueron ignorando lo que se perdían; dejaron lo más por lo menos.
Nos confiamos. Creemos que basta con lo poco que los catequistas enseñan a nuestros niños, pero así como al crecer éstos no cabrían ya en su trajecito de Primera Comunión, también les va quedando chico lo que aprendieron en la infancia.
¡Tendría que haber un acompañamiento en la fe, adecuado para cada etapa de la vida!
Sería estupendo que hubiera un retiro anual, una jornada dominical, disponible cada mes en las principales parroquias, de modo que la gente tuviera doce oportunidades para elegir cuándo asistir.
Que allí hubiera charlas para niños, adolescentes, jóvenes y adultos, así que pudieran acudir en familia. Que se diera el mismo tema todo el año y en todo el mundo, propuesto por el Papa y los obispos (por ej: sobre Biblia, Sacramentos, María, etc.); Que el Vaticano distribuyera los textos por internet, para garantizar que la enseñanza fuera uniforme y conforme al magisterio de la Iglesia, y que quienes impartieran el retiro, no tuvieran que elaborarlo, sólo adaptarlo y darlo.
Que en el retiro hubiera también tiempo para oración personal, para rezar el Rosario en comunidad, y para adorar al Santísimo. Que las familias pudieran conocerse y convivir compartiendo los alimentos y al final disfrutaran juntos la Misa.
Un adulto que hubiera tomado esos retiros desde niño, cuando llegara a los cuarenta años, ya habría asistido a más de treinta, tendría una relación tan íntima con Jesús y con María; conocería tan bien la riqueza de su fe y valoraría tanto la Iglesia como Madre y Maestra, que nunca la abandonaría.
¡Soñar no cuesta nada! Tal vez algún día esto sea realidad, pero hoy, por lo pronto, tenemos que espabilarnos y prepararnos para conocer y dar a conocer la razón de nuestra fe con las ayudas con las que contamos: desde luego el Catecismo de la Iglesia Católica, que es fácil de leer y contiene la doctrina de la Iglesia; también hay cursos en parroquias y en internet. Cabe mencionar al instituto de Misioneros Apóstoles de la Palabra, que se dedica a difundir y defender la fe, y ofrece material muy práctico. (Me uno a su pena por el reciente fallecimiento de su fundador, el padre Flaviano Amatulli, y oro por su eterno descanso, por su comunidad y por la continuación de su excelente labor).
Para defender nuestra fe y difundirla, lo más efectivo es conocerla, para poder explicarla, y, desde luego, practicarla, dar un testimonio de vida que mueva a otros a querer pertenecer, como nosotros, a la única Iglesia fundada por Cristo, a la que le dio Su autoridad; en la que Él está realmente Presente; la que por el Espíritu Santo posee la plenitud de la verdad, y nos ofrece todos los medios para alcanzar la santidad.
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