Cuando fallece un ser querido, no toda la gente que se acerca con buena voluntad tratando de apoyar a los deudos sabe qué decirles, y a veces dice cosas que en lugar de consolar, lastiman. Por eso conviene tomar en cuenta esta pequeña lista de lo que no se debe decir a quien está en duelo. (Todas las frases citadas son auténticas. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia…).
Nadie puede asegurar que el alma de un difunto ya esté en el cielo. En contadas excepciones, por ejemplo cuando murió san Juan Pablo II o la Madre Teresa de Calcuta, se puede pensar que se fueron a la Casa del Padre en viaje directo y sin escalas. Pero en todos los demás casos cabe suponer que la persona que falleció, por buena que haya sido, tenía defectos y miserias, pecados y culpas por esos pecados, que necesitará purificar en el Purgatorio.
Mucha gente querría poder consultar en alguna parte, el ‘status’ de sus difuntos, como cuando se checa en una página web en dónde está un paquete que se ha enviado, si está en tránsito o ya fue entregado. Pero no es una buena idea. Viviríamos angustiados, y además incluso se prestaría para discriminar: ‘esa novia no te conviene, tiene varios parientes en el infierno’; ‘pues mis ancestros están todos en el Cielo, ¿y, los tuyos?, ¿a poco todavía siguen en el Purgatorio?’
Gracias a Dios no lo sabemos, así que no hay que pretender que sí, porque puede suceder que por suponer que un difunto esté en el Cielo, ya nadie pida por él y se vea privado de oraciones y Misas de las que está muy necesitado.
Ese tipo de frases negativas, pueden ser ciertas, pero también son imprudentes. Se pueden pensar, pero no se deben decir, porque no ayuda en nada a la persona en duelo, que se le plantee que su futuro se vislumbra todavía más negro.
Hay personas a las que les gustaría que las esquelas además de anunciar el sensible fallecimiento de fulano de tal, incluyeran un ‘aviso oportuno: ‘el difunto dejó un amplio departamento de dos recámaras y un baño, sala comedor, cocina integral y cuarto de servicio; calle arbolada, interesados llamar al teléfono…’
Pero es muy doloroso para los deudos pensar en desprenderse de algo que perteneció a la persona fallecida, así que no es momento para plantearles compraventas.
Llorar es parte del proceso natural del duelo, no se le debe pedir a la persona que sufre, que embotelle sus sentimientos, porque le hará daño, puede incluso llegar a enfermarse.
Por incómodo que les resulte a quienes le rodean verle llorar, hay que permitirle desahogarse.
La persona en duelo suele repetirse, insistir en algún tema que le preocupa, repasar lo que pasó. Hay que tenerle paciencia. La famosa ‘orejaterapia’ que propuso el Papa Francisco, viene aquí muy al caso, porque a la persona le hace bien hablar con alguien que la oiga, no que la interrumpa para platicar que le sucedió algo igual o peor, ni para darle consejos, ni para decirle qué debe hacer o cómo se debe sentir. Necesita simplemente ser escuchada.
Hay quien por temor a irla a ‘regar’ opta por no presentarse y/o por no decir nada, pero su ausencia y su silencio duelen a quienes esperaban recibir de su parte algún consuelo. Si hay gran amistad, nada sustituye la presencia, un abrazo, un apretón de manos. Si no es posible ir, se puede llamar o enviar un correo electrónico, o aunque sea un mensaje en el celular, para hacer saber a los deudos que les acompaña con el corazón y con su oración.
Cada persona vive el duelo de manera particular, no se le puede pedir que lo acorte o apresure. No es saludable interrumpirlo, es como cubrir una herida que en lugar de dejarse sanar, se tapa para no verla, puede infectarse. Hay que darle el tiempo que necesite para que, con la gracia de Dios, y mucho apoyo y comprensión, pueda ir superando la dolorosa ausencia de su difunto, y adaptándose a su nueva situación.
Ahora, encuentra aquí unas sugerencias sobre qué sí decir.
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