Ángelus Dominical

P. Eduardo Lozano

HACE CUATRO DÍAS AMANECÍ con unas ganas enormes de llorar; aclaro que no estoy enfermo (bueno, no que yo sepa), que no me duele algo más ni más allá de lo normal, que no estoy bajo estrés o presión alguna que me cause enojo, inquietud o desesperación, que no tengo deudas con nadie (o por lo menos no me acuerdo), que no soy consciente de alguna razón objetiva y clara como para tener tales ganas tremendas de llorar (¡ah!, tampoco sospecho que mi horóscopo haya dicho que así amanecería, y si lo dijo, pues ni lo leo, eso sería peor que tiempo perdido)…

SOSPECHO QUE HAY personas en mis diversos entornos (familiares, eclesiales, sociales, cívicos, etc.) que ni por nadita del mundo habrán llorado en los cinco últimos años, ni en los quince anteriores, y que tal vez ni se imaginan ni creen que sean capaces de llorar; para todos ellos mi más alta conmiseración, y no sé si ya tengan el corazón y el alma con esCLEROsis múltiple, acaso se les ha secado ya la sensibilidad emocional y están como dice el Antiguo Testamento: con un corazón de piedra (Ez 11,19); o tal vez tienen la sensibilidad emocional tan aguada y anegada, que naufragan hundiendo con ellos a cuantos incautos o ingenuos se les acercan y ¡no!, no son capaces de llorar…

NO ES QUE YO TENGA control total sobre mis emociones, pero ya estoy muy seguro en qué fechas o en qué circunstancias se me derriten los ojos en lágrimas (y no son los fines de año, ni los difuntos cercanos, ni la película de tanto drama), y fuera de esos casos, prácticamente no suelo llorar, y no es que tenga el corazón duro, pero tampoco lloro a granel o a destajo…

LA RAZÓN DE MIS GANAS intensas de llorar nacieron con mis sueños, en ellos se me presentaba una feligrés que ya conozco desde hace tres lustros y me ofrecía un pan: “Padre, recíbalo; aquí ando trabajando, ahora vendo pan en las calles y este es el fruto de mi esfuerzo”, ¡por supuesto que lo tomé hasta con devoción y me conmovió su respeto y cariño, su preocupación y atención por mí!…

DEBO DECIR QUE LO MEJOR de los sueños es que terminan cuando uno despierta y no pasan de ser sueños, es decir, proyecciones de la fantasía e imaginación inconscientes que no tienen ni real ni mayor valor o significado, ¡y menos por encima de nuestra voluntad y decisión conscientes!…

QUE DIOS NOS LIBRE de llorar por una injusticia velada o flagrante, por la opresión o la traición de quién sea, por puñaladas traperas o actos de barbarie; y si acaso lloramos por enfermedad o duelo, por compasión, por nostalgia, por piedad o soledad, que tal llanto sea breve y pasajero, sólo suficiente para clarificar la mirada del corazón y levantarse con más ánimo y valentía para seguir adelante en la vida…

QUE MÁS BIEN LLOREMOS de alegría y gusto, de satisfacción tan ansiada o por éxito tan inesperado; que más bien lloremos proclamando y trabajando por el bien y jamás lloremos solo para hacer eco absurdo a las maldades y miserias humanas; que las lágrimas acompañen a las buenas semillas para que germinen y den abundantes frutos para compartir (así más o menos dice el salmo 125, 5)…

SI ALGUIEN SE ANIMA estoy dispuesto a hacer una apuesta en donde saldré victorioso, y apostaría que cuando Jesús dice: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5, 4), no está enalteciendo a los chillones y quejumbrosos, sino valorando y santificando la capacidad que tenemos de acercar nuestro corazón al corazón sufriente del prójimo que nos necesita 1) por presencia (aquí estoy), 2) por congruencia (soy tan humano como tú), 3) por coherencia (estoy unido a ti, comparto tu herencia), 4) por decencia (te respeto, te valoro), y -finalmente- 5) por paciencia (te acepto, te recibo, te espero, te comprendo)…

SI A ALGUIEN SE LE ANTOJA llorar (y criticar) por lo que está sucediendo en altos círculos de la Iglesia (y también en las microesferas de nuestra familia), si alguien quiere llorar (y gritonear) por los procesos de (in)justicia que no acaban en nuestra Patria o en la ajena, si alguien desea llorar (y quejarse) por viles miserias nacidas de la sinrazón y la estulticia, yo le suplicaría que no pierda su tiempo; más bien hemos de llorar por algo que valga ¡el gozo! no la pena, ojalá que llorando limpiemos los ojos y el corazón para encontrar el camino hacia buen futuro…

CUANDO DESPERTÉ TENÍA ganas inmensas de llorar, y si es necesario y útil lo haré, y si la ocasión lo amerita hasta lloraré en público y a todo color, como aquella vez en que Dios me concedió lágrimas tan sabrosas al descubrir –una vez más- el gran amor que Él nos tiene y nos lo muestra en su misericordia infinita; lloraré de alegría, de satisfacción, de encuentro, de plenitud; lloraré sanando, creciendo, celebrando, construyendo, cosechando, cantando; lloraré para tener ojos nuevos, para gozar con mi corazón de carne, no de piedra ni de lodo…

Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México

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