P. Eduardo Lozano
EN DÍAS PASADOS FUI AL TEATRO, y lo disfruté enormemente –entre otras razones– porque ya tenía tiempo que me había abstenido de este placer estético; tal abstención puede resultar peligrosa cuando es indicio de falta de organización, de aprovechamiento de la oportunidad, de tiempo, de dinero o de compañía; así que me organicé y vi que la obra se antojaba y estaba recomendada, aproveché la oportunidad de la cercanía, coincidió una tarde libre de otros compromisos, el costo del boleto fue muy accesible (ni cincuenta pesitos) y así logramos ir un grupo de 18 personas: ¡todo bien!… QUIERO CONFESAR QUE tal placer estético-teatral lo asumí y tomé como parte del camino cuaresmal que me lleva hasta la Pascua de Resurrección por varias razones: 1) fue un viernes en que la Iglesia nos invita especialmente al ayuno y la limosna, 2) la puesta en escena versaba sobre la vida y obra de un sabio sacerdote francés cuyo nombre no quiero anotar, 3) luego que regresamos del teatro se abrió un debate-comentario que no se quedó en lo superficial o lisonjero del ¡qué bonito!, 4) han pasado quince días y sigo reflexionando sobre los temas de fondo abordados en “El Corazón de la Materia”… DESDE ESTAS LÍNEAS –¡tan, pero tan discretas! – y en sintonía con la religiosidad popular que gusta de encender una veladora al santo de su devoción (ya por gratitud, ya por necesidad, ya por bella costumbre), hoy quiero encender una veladora a todos los filósofos y teólogos de la historia pasada y futura (¡hey!, ¡pero si la historia sólo se refiere al pasado!); quise decir: a todos los filósofos y teólogos habidos y por haber, los de izquierda y los de derecha, los “progres”(-istas) y los “tradis” (-cionalistas), los ortodoxos y los heterodoxos, los de avanzada y los anticuados, los ateos y los agnósticos, los creyentes –pero no los crédulos– y los creídos –sí, luego nos gana un poquito la soberbia–: todos, por parejo, de manera que la veladora sea equitativa, permanente, afectuosa, honrosa y bella, como toda luz… ACLARO –Y QUE NO SOBRE CLARIDAD– que si hay algún charlatán que se diga filósofo o algún merolico que se diga teólogo, pues que no se apunte a la veladora que estoy encendiendo: no es para ellos, es única y exclusivamente para los auténticos, los “de a devis”, los que ayudan a pensar y a creer en serio, no los que piensan por uno o los que nos llevan a aceptar patrañas como venidas de Dios; di “NO” a los filósofos piratas y a los teólogos chatarra, di “NO” a los que son “de a mentis”… UN AUTÉNTICO FILÓSOFO te ayudará a pensar y a pensar y a pensar –¡hasta en Dios! – y no te señalará ni te limitará lo que debes pensar, ni te cancelará por tener una fe; un auténtico teólogo te llevará a creer y a creer y a creer sin que dejes de crecer y de pensar, sin que traiciones tu capacidad de razonamiento, sin hacerte títere de ideologías ni víctima de tremendismos, sin oponerte a la ciencia y a la historia, sin cancelar tu libertad ante Dios y ante los demás; un auténtico teólogo te ayudará a poner los ojos en el cielo infinito, sin que dejes de tener los pies muy firmes en el suelo limitado… EN LA OBRA DE TEATRO que vi se presentan los ires y venires de aquel cura fuera de serie que nació en 1881 (y dije que no voy a decir el nombre del sabio sacerdote francés, jesuita, investigador, científico –se licenció en botánica, zoología y geología–), desde su pasión infantil por la entomología –también fue paleontólogo, filósofo, teólogo– hasta su noble afición a la poesía; en la tal obra de teatro se entrevé al sacerdote fiel y obediente a la Iglesia institucional, pero también el sacerdote que se enfrenta a la crisis y a la búsqueda de soluciones, al sacerdote que busca llevar el anuncio del Evangelio a esa Tierra de Misión que es el mundo científico… Y LA VELADORA QUE ENCENDÍ también tiene en cuenta el coloquio filosófico-teológico que se realizó del 13 al 15 de marzo en la Universidad Católica Lumen Gentium, a los veinte años de la encíclica escrita por San Juan Pablo II y que comienza así: “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad; Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”… EN SU MOMENTO aquel sacerdote científico y poeta, paleontólogo y profeta, que murió en 1955 -y cuyo nombre no diré, pues su obra fue prohibida y perseguida por el Santo Oficio- ciertamente vivió en carne propia mucho de lo que el Papa Polaco luego puso por escrito, pues fue tan apasionado de la ciencia como de la teología, de la razón como de la fe, de lo que es material y que no se escapa a lo espiritual; una de las frases que acuñó revela parte de su pensamiento: “No somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”… SIENDO ESTUDIANTE YO LEÍ algo del Padre Teilhard de Chardin (ésos son sus apellidos, no su nombre) y aunque no terminé de entenderle, mucho me ayudó a seguir pensando, me lanzó a abrir mi horizonte existencial, a vivir la fe más allá de lo que se tiene por seguro, a enfrentar la vida como una aventura en donde Dios es compañero y guía, en donde Jesucristo es origen y Punto Omega, es decir: punto culminante de todo lo que existe…
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