P. Eduardo Lozano
INICIO CON UNA CLARA advertencia para que no sigas leyendo si eres una persona amargada, quejumbrosa, quisquillosa, o al menos reticente, pues la abundancia de los paréntesis podrá incomodar tu ánimo y/o frustrar tus expectativas respecto a esta columna… DICHO LO ANTERIOR contaré (entre paréntesis) lo que inesperadamente sucedió un día de clases ordinario en la Escuela de los Colores (como todos los niños –siempre inteligentes y aplicados- también los Colores van a la Escuela, para aprender desde cromatografía hasta fotocatálisis y luminotecnia)… Y MIENTRAS APARECEN los paréntesis y su contenido, les diré que yo mismo tengo algo de quisquilloso, de quejumbroso, y casi nada de amargado, o al menos eso es lo que digo yo y busco evitarlo a toda costa (el reloj marcó las ocho de la mañana y no pasaron ni cinco minutos para se suspendieran las actividades académicas, por lo inusitado que le sucedió a cada Color: de entrada, el Azul llegó deMorado)… LA AMARGURA NO ES sino la aflicción o disgusto que se tiene ante un acontecimiento, una persona, un recuerdo, una circunstancia; y la persona amargada sencillamente se afana en conserva y retener las frustraciones y sinsabores, las penas, contrariedades y desavenencias propias de la vida (¡ah! y el Amarillo llegó muy, pero muy pálido, y todo indicaba un malestar generalizado –todas sus desavenencias del día anterior-, así que la cosa no iba a dar color)… YO NO HE CONOCIDO persona alguna que no haya tenido que enfrentarse a dificultades variopintas –nadie, nadie está exento-, y la persona amargada casi que se especializa en coleccionar pretextos para aumentar sus quejas e inflar más su dolor (¿dolor?, sí, dolor y molestia era lo que sentía el Rojo, pues en esa mañana de clases a su mamá se le olvidó ponerle talco y -¡pobrecito!- llegó rosado)… SI EN LA VIDA TE HA TOCADO convivir con una persona amargada: ¡ten cuidado!, te podrás contagiar inesperadamente y –si la amargura es MAYÚSCULA- pues el contagio podría llegar al extremo de ser irremediable (en efecto, nadie supo qué remedio ponerle al Verde -¡cosas del destino!- que llegó tempranito a la escuela pero muy, muy chillón, y tenía visos de que no se le quitaría con nada)… HAY DIVERSAS RECETAS y modos para lograr que una persona deje atrás la amargura, pero casi nunca es fácil, ya que la amargura se instala en el ánimo como uno de esos demonios que Jesús tuvo que expulsar una y otra vez: a veces venían en montón y su nombre era “Legión”, tal como se narra en Marcos 5,9; otras ocasiones el demonio quiso confundir a los seguidores de Jesús, pues lo confesaban como “Hijo de Dios”, según narra el evangelista San Mateo: 8,29 ( y hablando de confusiones, diré que muy confundido llegó el color Naranja, pues el día anterior había sufrido mucho bulling: uno de sus compañeros le dijo que había crecido como toronja, otro que era más ácido que un limón, y otro más le dijo: “te falta consistencia, pareces mandarina”)… SI EMPIEZO A MENCIONAR demonios por favor que ninguno se espante ni se angustie, porque demonios los hay pero ni son más de lo parecen y ni se parecen a como los pintan en el cine o en las caricaturas: ten por seguro que Jesús venció al mismito Satanás rechazando la tentación con sus respuestas, que –no cabe duda- dieron en el blanco (por cierto, el Blanco llegó a la escuela sin bañarse, todo moroso, desaliñado, estrafalario, en una palabra: llegó muy gris)… PELÍCULAS COMO aquella llamada “El Exorcista” – gracias a Dios nunca la vi- ciertamente pintan al diablo con ganas de sembrar miedo y terror; sin embargo la experiencia dicta que el demonio más bien se pone atractivo y seductor, dulce al oído y agradable a la vista, como el fruto del Edén; se viste de luz cuando en realidad es padre de la mentira y engendra pura oscuridad (también el Negro –color que muchos asocian a lo diabólico- fue a la escuela con retraso y, además, con ánimo muy bajo y su semblante más oscuro que de costumbre: así no aprovecharía para nada las clases)… UNA MEDIDA EFICAZ al 100% para quitar la amargura en una persona es la siguiente: ayúdale a constatar que a pesar de todo y contra todo pronóstico, sospecha, conjetura o pesimismo, no deja –ni dejará- de ser una persona amada por Dios; claro, eso de que Dios la ama no lo va a entender si no lo demuestras con el amor que tú mismo puedas darle, porque si algo no le gusta nadita-nada al chamuco es que crezca y se proyecte el amor de Dios en todos sus hijos y en todos sus ambientes; y si usamos una expresión del Papa Francisco -del martes pasado- sonaría así: “Cuando tú pierdes la capacidad de sentirte amado, no hay esperanza, has perdido todo”; dicho de otro modo: si te sientes amado, pues se va la amargura y detrás de ella se han de ir toditos los diablos (bueno, en el último paréntesis diré que aquel día finalmente se suspendieron las clases en la Escuela de los Colores, porque cuando todos voltearon a ver qué le había sucedido al Café, pues se dieron cuenta de que ya estaba frío, frío, frío)…
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