En 1969, la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross desarrolló la teoría de las cinco fases del duelo, que ha sido mundialmente conocida: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Sin embargo, no necesariamente es un camino ordenado, de acuerdo con la experta en Primeros Auxilios Emocionales, Ana Garza, por lo que alguna persona que avanzó alguna de las etapas, puede recaer en otra.
Lo que sí es determinante es que, una fase en el desarrollo en la que se establecen más relaciones con familiares y acompañantes, ayuda la aceptación de la pérdida para prepararse a un futuro con esperanza.
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El piscoanalista inglés, John Bowlby, asegura que esa fase solo se iniciará con la redefinición del yo, en la que el enlutado pasa por un proceso congnitivo de toma de conciencia en el que procede a un proceso de reestructuración de los modelos de representación interna de sí mismo, de acuerdo con la nueva situación.
Es decir, la esperanza no es un mero deseo, ni optimismo ingenuo o superficial, ni simple vitalidad biológica.
Con base en el estudio de Mihály Szentmártoni, el obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, monseñor Luis Manuel Pérez Raygoza, destaca cuatro características que describen un proceso más equilibrado en la resolución del duelo:
A) Aceptar la pérdida. El duelo no puede resolverse “si no se toma conciencia plenamente de la definitiva pérdida y de la necesidad de replantearse la vida sin la persona que ha fallecido o de la pérdida sufrida. Solo de la aceptación puede partir un camino de esperanza” . “Lo que queda y permanece son los recuerdos del difunto, su imagen interna y lo que la relación con aquella persona le dio al que sigue viviendo. Es importante señalar a este respecto que el objetivo del período de duelo, que es la aceptación interna de la pérdida, no significa precisamente un olvido, sino la salvaguarda y conservación de los recuerdos”.
B) Expresar el propio dolor. “Toda la gama de sentimientos que emergen del acontecimiento luctuoso no deben ser reprimidos; necesitan ser reconocidos, captados en su origen, aceptados, no juzgados ni suprimidos, expresados verbalmente o con el comportamiento, integrados en la experiencia humana” .
C) Adaptarse a vivir en la nueva situación. El doliente necesita afrontar los desafíos de una vida distinta de la que vivía antes del fallecimiento de su ser querido: una vida sin la persona que ya ha partido.
D) Invertir y orientar de un modo nuevo la energía emotiva. Será necesario orientar la propia capacidad de amar y de donarse hacia otras direcciones, diversas de la persona que ha muerto. Si el duelo se va procesando favorablemente, llegará el momento en que se pueda recordar a la persona que ha muerto y hablar de ella sin devastarse interiormente y, sobre todo, en que se asumen nuevas perspectivas e intereses vitales.
El obispo auxliar señala que muchas personas tienen temor o remordimientos generados por el miedo de ser felices con la vida que tienen ahora o por la angustia de que, una vez despidiéndose internamente de su ser querido, ya no les quedará nada, “ni siquiera el recuerdo”.
Sin embargo, la despedida del difunto elimina plenamente el tormento y el dolor paralizante de la tristeza. Así, el recuerdo permanece y tiene libre cauce.
La mayor parte de las personas que llevan un duelo descubren cómo todo cambia para ellas cuando logran aceptar la pérdida y despedirse internamente.
En el grito de Cristo en la Cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, ahí están todos los gritos de la humanidad, pero es también Él mismo, quien nos enseña a confiar: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.
Monseñor Luis Manuel Péresz Raygoza, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, asegura que todo proceso de duelo visto desde la fe, ayuda a tener claro que la muerte física no es el final de todo.
“Una pérdida siempre va a doler, y el corazón estará desgarrado, y más si la pérdida es trágica o súbita, pues eso incrementa el dolor. Pero es importante ayudar a infundir que Cristo ha vencido a la muerte y a la oscuridad”.
“La fe ayuda a resignificar la tristeza, a sobrellevarla y superarla en el momento oportuno. No nos ahorra las etapas del duelo ni cancela los sentimientos, pero sí brinda fortaleza y esperanza, y nos hace entender que la última palabra no es la pérdida, confiados en la mano de Dios”.
Para ejemplificar la relevancia de la fe ante una situación de pérdida, Monseñor Pérez Raygoza recuerda una de las últimas frases de monseñor Francisco Daniel Rivera Sánchez, obispo auxliar de la Arquidiócesis fallecido por Covid-19 en 2021: “Estoy donde Dios quiere, estoy en Sus manos y esas son las mejores manos”.
“La oración nos ayuda a ponernos en manos de Dios, a sentirnos en manos de Dios, a fortalecer nuestra confianza en Él y permitirle que nos ilumine; nos ayuda a resignificar y da fortaleza. Es decisiva para la resignificación de cualquier pérdida”, asegura monseñor Pérez Raygoza.
Destaca la importancia de los ritos, como los funerales, las Misas o los Rosarios, en los casos en que ha fallecido un ser querido. “En positivo es importante invitar a la oración, a hablar con Dios. Leer el momento de la Pasión en las Sagradas Escrituras, pero también el momento de la Resurrección”.
“Confiar en Dios, es tener la confianza de que los estados pasarán, si el duelo está bien desarrollado”
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