“Si no puedo conmigo mismo, mucho menos con un hijo”, “prefiero tener un perro”, “no los quiero traer a un mundo de injusticia”, “tengo miedo de ser un mal padre”. Estos son algunos de los muchos argumentos que los jóvenes mencionan con más frecuencia para explicar por qué no quieren tener hijos, argumentos cada vez más visibles en las estadísticas.
En 2011, de acuerdo con datos del INEGI, se registraron 2 millones 586,287 nacimientos y en 2022, fueron 1 millón 891,388, un descenso superior al 25%, que tuvo su caída más clara del año 2019 al 2020.
Es importante tener en cuenta que puede haber más embarazos que tristemente terminan en abortos. Lo cierto es que los números oficiales abren algunos cuestionamientos: ¿por qué los jóvenes no quieren tener hijos?, ¿qué cambios hubo en las generaciones de las últimas décadas?, ¿han sido responsables los papás?
“La visión actual sobre los hijos se ha alejado del concepto de regalo o don, y más bien, tener hijo ahora se ve como un gasto que restará tiempo y dedicación a los propios gustos individuales”, asegura el padre Luis Monroy, exdirector mundial y hoy asesor del Encuentro Católico de Novios.
Esta perspectiva, que abarca matices económicos y personales, ha llevado a la sociedad contemporánea a replantearse el valor de la paternidad y la maternidad como un proyecto de vida en común, y le ha quitado valor a su parte trascendente.
El fenómeno de las “parejas Dinks”, conocido por su acrónimo en inglés “Dual income, no kids (doble ingreso, sin hijos, en español)”, es una tendencia que ha crecido, particularmente en la última década.
A ellos, se suman quienes rechazan la idea de ser padres por temores, presiones económicas o el miedo a no ser buenos progenitores, algunos otros por la incertidumbre de vivir en un planeta con evidentes problemas derivados del cambio climático, y algunos más por las amargas experiencias que vivieron en su infancia.
“En algunos casos vemos temor de los jóvenes a no estar preparados para hacerse cargo, tanto en lo material como en lo afectivo, y por otro lado, hay una cultura de egocentrismo muy marcada e influenciada por las corrientes globales que les hace ver más por sí mismos que por los demás”, aseguran Magda Ortiz y Alberto Ayala, matrimonio coordinador Nacional de la Dimensión Episcopal de la Pastoral Familiar de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Sin duda, la apertura de los jóvenes al don de la vida, está en buena medida determinada por la experiencia vivida en familia.
“Si damos a nuestros hijos un buen testimonio de vida podemos influir para que ellos también quieran tener una familia, pero también en sentido contrario, si como padres no tenemos buena relación como esposos y con ellos, esto podría influir negativamente, para que decidan no tener una familia e hijos”, dicen Magda Ortiz y Alberto Ayala.
Los responsables de la coordinación de las Pastorales Familiares de la Iglesia en México aseguran que los padres deben asumir su responsabilidad de fomentar en los hijos el aprecio por la vida como un don de Dios, un regalo del que los mismos jóvenes son resultado.
“Debemos hablarles de la belleza y la satisfacción que dan el ser padres, de verlos nacer, crecer, acompañarlos en cada una de las etapas de sus vidas, disfrutar con ellos cada uno de sus logros, y hacerles ver que siempre contarán con nosotros en sus dificultades y que sepan que todo esto es y será mucho más grande que cualquier aspecto negativo que puedan escuchar”.
Es una realidad que, en un mundo hiperconectado, los jóvenes podrán acceder fácilmente a miles de voces que quizá sean contrarias a una voz positiva sobre la vida. En medios de comunicación, planes políticos, redes sociales, y hasta en los círculos cercanos, es creciente la tendencia por la infravaloración de la vida.
Ante ello, nuevamente la familia es la figura clave, a partir, en primer lugar, del buen testimonio, y en segundo, de un diálogo abierto con los jóvenes, en el que se pueda hablar de cualquier tema.
“Nuestras aportaciones en la temática de la procreación deben ser positivas en los momentos de diálogo para tratar de contrarrestar todos los comentarios negativos que escuchan a través de otros me- dios. Además, debemos ser muy congruentes en nuestro actuar para que ellos puedan tomarlo como ejemplo”, señalan Magda Ortiz y Alberto Ayala.
El Padre Luis Monroy destaca también la necesidad de aportar a los jóvenes esperanza y brindarles oportunidades, para así quitarles los miedos al cambio o a la pérdida. “Ser padre también es abrirse a la oportunidad de vivir nuevas cosas, nuevas rutinas pero ahora desde la perspectiva en la que, si trabajan unidos, lograrán un cambio que fortalezca sus lazos de amor”.
¿Por qué los jóvenes no quieren tener hijos? Para unos lo importante es disfrutar la vida; gastan su tiempo y recursos en placeres del momento, y se desatienden del mañana. Para otros, lo importante es asegurar el futuro con un patrimonio que les permita una vida de confort y libertad financiera.
Los primeros buscan el máximo placer en cada momento. Los segundos sacrifican gratificaciones a corto plazo para asegurarse una estabilidad económica.
Si lo que importa es el placer, los bebés son una amenaza que esclaviza. Si lo que importa es el bienestar material, los hijos son un gasto inútil que pondrá en riesgo la liquidez y el confort.
Hay un tercer perfil de jóvenes: los que buscan darle plenitud a su vida a través del amor. Un amor que disfruta de la unidad conyugal y anhela que trascienda en los hijos. Estos jóvenes aceptan el plan de Dios y reconocen que hay un reloj biológico que no se opone al disfrute de la vida ni a la construcción de un patrimonio.
Este grupo presupone que sí es posible el proyecto de gozar de la vida, construir un patrimonio y disfrutar de ser padres de familia al mismo tiempo.
Los placeres brindan una estimulación pasajera. Ninguna cosa material satisface el anhelo de felicidad. La felicidad está en amar y ser amados.
Cuando se casaron, Karina y Aldo temían tener un hijo debido a sus preocupaciones por la capacidad de criar a alguien en un “entorno lleno de crueldad”. Los hacía dudar el miedo a no ser suficientemente buenos y el temor a exponer a un niño a “la maldad del mundo”.
Sin embargo, hubo un cambio. La idea de formar una familia les emocionaba y les impulsaba a desafiarse a sí mismos. El embarazo fue un momento de incertidumbre y miedo, pero también de una conexión más profunda con la responsabilidad que significaba ser padres.
La maternidad hizo que Karina se volviera más responsable y quería ser un modelo positivo y construir un mundo mejor para ella.
Aldo experimentó un cambio radical. El miedo inicial se transformó en una motivación incomparable y su hija la impulsó a ser un hombre mejor.
Ambos reconocen que la llegada de su hija “fue un regalo de Dios”. Su fe les dio la fuerza y seguridad para criar a su hija con amor y valores, y el amor incondicional que descubrieron al convertirse en padres les hizo ver el mundo de manera diferente.
Se dieron cuenta de que podían ser modelos a seguir, criar a una persona feliz y útil para la sociedad.
Su experiencia muestra que, aunque es una decisión complicada, “los hijos pueden ser una luz en un mundo oscuro”.
“Nuestra hija nos anima a dejar de lado los miedos, escuchar su corazón y considerar que ser padres es una oportunidad para crecer y dar una nueva perspectiva al mundo”.
María provenía de una familia disfuncional, con la ausencia de su padre y marcada por la violencia. Tuvo un fracaso amoroso, que la dejó como madre soltera a temprana edad, y por el que decidió cerrar la puerta a la idea de casarse.
Sin embargo, a través de un proceso de autodescubrimiento y amor propio, María experimentó un cambio significativo. Descubrió su valía y merecimiento de la felicidad y el amor con alguien más.
El encuentro con su hoy esposo, Jorge, un hombre con valores arraigados y cercano a la espiritualidad, fue un punto crucial. A lo largo de 10 años como novios desarrollaron el deseo compartido de formar una familia, lo que permitió a María superar temores y prejuicios del pasado.
La llegada de un nuevo embarazo fue un momento revelador, un hecho que María interpretó como una segunda oportunidad regalada por Dios para experimentar la maternidad de manera diferente.
Hace seis meses se casaron por la Iglesia, algo que inicialmente subestimaban como un mero evento social, pero que, tras vivirlo, se dieron cuenta que complementó su amor. Entendieron que el significado de unirse ante Dios los comprometió a cuidarse y respetarse mutuamente bajo una conexión divina.
Fue esta fortaleza la que la llevó a romper con el ciclo de disfuncionalidad familiar, guiándola hacia un camino de amor, comprensión y paciencia e influyó en su deseo de ser una madre más responsable, comprensiva y amorosa.
Mantener a Dios como eje central de su hogar le brindó dirección, sabiduría y la capacidad de ser un modelo a seguir para sus hijas.
Marta se resistía a la idea de ser madre debido a una visión pesimista del mundo, entre escasez de recursos y con el antecedente de algunos conflictos familiares que la desanimaron. Por otro lado, su esposo Jorge anhelaba la paternidad, a lo que ella, finalmente, entre muchas dudas, cedió.
Poco antes de que iniciara la pandemia se convirtieron en padres. Entre el miedo por la salud de Jorge –médico de primera línea de combate contra el COVID-19–, y vivir un posparto complicado, el amor y la dicha de ser madre les impulsaron a superar cualquier dificultad. La conexión con su bebé, el crecimiento y desarrollo de su hija se convirtieron en faros de esperanza que incluso hicieron que cambiara su visión del mundo.
Afirma que la maternidad se convirtió en la experiencia más hermosa y desafiante de su vida. La bebé transformó por completo la rutina de ambos, cambió sus vidas emocional y físicamente y fortaleció su unión como familia.
Aseguran que la presencia de Dios fue evidente en cada etapa, gracias a la oración. A pesar de la adversidad y los obstáculos que encontraban, la certeza de que su embarazo y el crecimiento de su hija eran y son un regalo de Dios afianzó su espiritualidad.
La maternidad, llena de desafíos, fue un sendero iluminado por el amor y la fe. Marta asegura que encontró en su hija el mayor tesoro, además de que la presencia de Dios en sus vidas fue vital, guiándolos a través de la oscuridad hacia el amor incondicional.
Muchos son los argumentos de los jóvenes para no tener hijos. A continuación presentamos una serie de respuestas en busca de generar un cambio que motive a quienes no quieren tener hijos, darle una oportunidad a decir “sí”.
Para las respuestas nos apoyamos en diversos expertos: María del Pilar Rebollo Aguilar, directora general de la asociación civil Pasos por la Vida; Patricia Becerra, directora del Centro de Ayuda para la Mujer de Monclova, Coahuila; Jahel Torres Ramírez, médico pasante y FertilityCare Practitioner.
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