Las relaciones entre hermanos son las más directas, íntimas y espontáneas que se pueden generar entre seres humanos, y en las cuales, naturalmente, siempre existen desacuerdos que provocan peleas, mismas que, con el tiempo y un buen manejo de las mismas por parte de los padres, llegan a palidecer o a desaparecer por completo en la etapa de la juventud.
Es de lo más normal que los hermanos un día sean solidarios, amistosos y hasta cómplices frente a situaciones complicadas, y al otro se conviertan en acérrimos rivales; un día juegan juntos y al otro cada uno anda por su lado; un día se prestan todo y al otro nada; un día se aguantan bromas pesadas y al otro se enfadan por cualquier roce.
Si se trata de asuntos leves, las peleas entre hermanos pueden, incluso, ayudarles a desarrollar herramientas de negociación y solución de conflictos. De manera que no hay por que sentir frustración si los hijos de pronto discuten. En todo caso, lo importante para los papás es saber cómo conducirlos hacia una relación cada vez más cordial.
Como papás, lo que nos corresponde hacer, por principio de cuentas, es no propiciar o exponenciar esas peleas con prácticas como las siguientes: poner a un hijo como ejemplo para los otros; ser más afectuosos con uno en particular; dejar a los hijos sin acompañamiento y vigilancia, y tener un hijo favorito o actuar como si lo tuviéramos.
Las peleas entre los hermanos disminuirán más rápido si, contrariamente a las prácticas anteriores, valoramos a cada hijo y le damos un lugar importante dentro de la familia, si los hacemos sentirse amados tal como son, si les dedicamos tiempo, si le abrimos a cada uno un espacio para conversar sobre sus asuntos, y si fomentamos en ellos la ayuda mutua.
Pero más importante que todo lo anterior es predicar con el ejemplo: hay que mostrar a los hijos que cualquier asunto se puede tratar y resolver con cordialidad, sin gritos ni insultos, por más que los puntos de vista sean encontrados.
Aunque las peleas entre hermanos, como se mencionó al principio, sean de lo más normal, hay que luchar por mejorar la relación y la comunicación entre ellos porque, ¡qué mejor recompensa podemos tener, que el ver que nuestros hijos son verdaderos amigos!
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