Cuando los hijos son pequeños, ir a Misa con sus papás es muy natural. Sin embargo, conforme van creciendo pueden presentarse retos. En la adolescencia empieza un estira y floja, las malas caras y los pretextos.
Como papás podemos escuchar sus razones sin juzgar -lo que no significa conceder- tratando de comprender esa edad tan llena de cuestionamientos, incertidumbre, miedos, ganas.
Para llevar a los hijos a Misa no hay que obligarlos, hay que mostrarles con el ejemplo, con nuestro testimonio, lo que Dios ha hecho por nuestra vida. Hay que enseñarles que Dios los ama y que los espera en su casa, a donde podemos ir juntos como familia.
Los hijos pueden dar varios argumentos para no ir a Misa, para ellos te presentamos cómo puedes responder a ellos:
Por un lado, todo es aburrido si no lo entiendes:
Los fanáticos del futbol americano, por ejemplo, cuando vieron su primer partido, sólo vieron a hombres luchando por un objeto que ni siquiera era pelota: ¡un sinsentido! Por el otro, la Misa no está hecha para ser entretenida, pues no es el cine, ni el teatro, ni un concierto.
Por un lado es cierto:
En Misa hay cosas que se repiten, pero eso permite que sepamos qué hacer y podamos hacerlo al mismo tiempo. Por otro lado, no todo es lo mismo: las lecturas son distintas, y la Iglesia transita por tiempos litúrgicos distintos: Adviento, Navidad, Tiempo Ordinario, Cuaresma.
Todos los humanos somos pecadores. Por eso decía san Francisco de Asís: “Los sacramentos son a prueba de pecadores”. Así, si un padre viene de cometer un pecado y me da la absolución, es Cristo quien me absuelve, pues el sacerdote es sólo un intermediario, quien también está llamado a arrepentirse de sus malos actos.
Cuando alguien piensa que se porta bien sin necesidad de Dios, ya tiene una actitud de soberbia. Para portarnos bien, debemos saber lo que eso significa -no es a juicio de cada uno-: en primer lugar, es cumplir la voluntad de Dios, y algo de lo que nos pide es participar en Misa.
Dice el dicho: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Así, muchos fieles en su juventud pensaron que la Misa no era para ellos, que tenían todo el futuro por delante y se comerían el mundo. Pero llegaron a la edad en que descubrieron que lo único que podía dar sentido a su vida era Dios. La ventaja de hoy es que hay Misas para niños, adolescente y jóvenes.
Es verdad que Dios está en todas partes; en el parque, en colegio, etc., pero está de una manera privilegiada en la Iglesia católica: en ningún otro lugar Jesús se hace presente en Cuerpo y Sangre, en Alma y Divinidad más que en la Eucaristía. En todas partes puedes hablar con Jesús, pero sólo en la Iglesia, lo contemplas, lo recibes y entras en comunión con Él.
Para los jóvenes, cool es: seguir a influencers famosos, sin ponerse a pensar que Dios es el más grande influencer que haya habido jamás, uno que no se dedica a decir simplezas, que no defrauda, que no tiene máscaras como los “ídolos” de moda, que un día se descubre que eran un fraude. Dios fue, es y seguirá siendo siempre lo más cool.
Si Dios es un invento, ¿cómo nos explicamos que haya algo en vez de nada? ¿cómo entendemos que desde el microcosmos hasta las galaxias más lejanas, todo funcione en perfecta armonía, que no haya caos? El sol sale y se vuelve a poner, porque todo está hecho por una inteligencia superior. Un principio filosófico básico es que “nada surge de la nada”. Así, todo tuvo que haber sido creado por alguien, y no hay más: ese alguien es Dios.
Estos argumentos se presentaron originalmente en nuestra Revista Digital, ¿Cómo lograr que tus hijos vayan a Misa?, encuéntrala aquí.
Con información de Dulce María Fernández G.S.
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