Amor no es control, celos ni manipulación. Foto: Especial
Amar sin violencia puede parecer pasado de moda o “algo que ya no se usa”, especialmente en una cultura donde prácticas como el ghosting, love-bombing o breadcrumbing se han vuelto comunes. Estas conductas —desaparecer sin explicación, bombardear con muestras de afecto para luego alejarse, o dar falsas esperanzas— son ejemplos de dinámicas dañinas que muchas veces se confunden con formas modernas de relacionarse.
Algo similar ocurre con frases como “qué sensible eres”, “no te ofendas, era broma” o “ya vamos viendo”: suelen minimizarse o normalizarse, pero en realidad son banderas rojas que advierten de relaciones poco sanas o francamente tóxicas.
De hecho, el término “relación tóxica” no pertenece al lenguaje clínico ni es un diagnóstico psicológico oficial; sin embargo, se ha popularizado para describir aquellas relaciones interpersonales —ya sean de pareja, amistad o familiares— que resultan perjudiciales para el bienestar emocional, psicológico y espiritual de quienes las viven, explica el Psic. Jesús Ramos, terapeuta individual y de pareja.
El especialista añade que este tipo de relaciones suelen estar marcadas por dinámicas de control, dependencia, manipulación o maltrato, aunque muchas veces se disfrazan de amor, preocupación o pasión intensa. Ante este panorama, vale la pena preguntarse con honestidad ¿crees que tu relación es tóxica?
Desde la experiencia de Jesús Ramos, las llamadas “banderas rojas” no siempre se presentan de forma evidente al inicio de la relación. Pueden manifestarse en forma de comentarios que buscan controlar como no me gusta cómo te vistes, actitudes sutiles de sometimiento, manipulación emocional o falta de comunicación auténtica.
“Con el tiempo, estas dinámicas pueden escalar hacia patrones cada vez más dañinos, como evitar decir lo que se piensa por miedo a incomodar, tomar decisiones unilaterales sin diálogo, manipulación con el silencio o castigos emocionales, sentimientos constantes de culpa o inferioridad, necesidad de ser ‘perfecto’ para ser amado”, explica.
En muchas ocasiones, -dice el terapeuta-, estas conductas se alimentan mutuamente, es decir uno controla, el otro cede; uno manipula, el otro sobrevive emocionalmente buscando armonía. Es esta dinámica recíproca la que vuelve a la relación “intoxicada”, afectando la autoestima, la identidad personal y el sentido del propio valor.
“Una de las confusiones más comunes es pensar que el amor implica sacrificarse constantemente o aceptar el maltrato por el bien de la relación. Sin embargo, el amor auténtico busca el bien del otro, promueve la comunión, respeta la dignidad y reconoce el valor intrínseco de la persona. Amar no es controlar ni anular al otro, sino crecer juntos en libertad y verdad”, apunta el psicólogo.
Las relaciones tóxicas suelen dejar huellas profundas en la psique: baja autoestima, autoconcepto distorsionado, dificultad para establecer límites, e incluso dependencia emocional. Desde la perspectiva espiritual, también pueden afectar la relación con Dios, alejando a la persona de su verdadera dignidad como hijo o hija amada del Creador.
Cuando alguien se conforma con una relación que aparenta ser amor, pero no lo es, puede comenzar a interiorizar ideas falsas sobre su valor y sobre lo que merece. Esto no solo deteriora el vínculo humano, sino también la apertura al amor verdadero que viene de Dios.
Aunque desde fuera las señales pueden parecer evidentes, quien está dentro de una relación tóxica suele aferrarse a los momentos buenos. Esa alternancia entre sufrimiento y afecto genera una ilusión de esperanza, que a menudo impide tomar decisiones claras. Además, intervienen factores como el miedo a la soledad, el autoengaño, creencias equivocadas o heridas no resueltas del pasado.
Por ello, es fundamental hacer una pausa, detener la dinámica dañina y examinar los frutos: ¿Qué emociones, pensamientos y conductas estoy experimentando? ¿Qué creencias sobre mí mismo he desarrollado a raíz de esta relación?
Aceptar la realidad es el primer paso, comenta el especialista. Validar el dolor, identificar las propias responsabilidades (sin culpas innecesarias) y abrirse a un proceso de sanación es esencial. Dependiendo del caso, puede requerirse ayuda especializada:
Buscar ayuda profesional no es señal de debilidad ni de falta de fe. Al contrario, es un acto de amor propio y de responsabilidad. Existen psicólogos católicos y redes de acompañamiento que integran la dimensión espiritual con la emocional.
El acompañamiento adecuado ayuda no solo a sanar heridas, sino también a romper patrones aprendidos, muchos de los cuales tienen raíces en la infancia o en relaciones pasadas no sanadas. Sin este proceso, es posible repetir las mismas dinámicas, incluso en nuevos vínculos.
“Si estás enfrentando esta realidad, haz una pausa. Mira con honestidad los frutos de tu relación. El amor verdadero jamás anula, manipula ni duele constantemente. El amor construye, edifica y hace crecer. Dios no sueña para ti una vida de sufrimiento, sino de plenitud. Si estás en una relación que no te permite vivir en libertad y verdad, no estás solo. Hay caminos de sanación. Hay ayuda. Y siempre, siempre hay esperanza”, finaliza Jesús Ramos.
Si lo deseas puedes ponerte en contacto con el especialista en Facebook: Psic. Jesús Ramos o en Catholizare
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